Vamos a situar la escena. Nos encontramos en el corazón de la antigua ciudad de Tebas, bajo un sol implacable. Una joven desafiante se enfrenta a la orden de su rey y va en búsqueda del cadáver de su hermano para enterrarlo. Su nombre es Antígona, un faro de inquebrantable convicción moral en la encrucijada del deber personal y la ley del estado, lo sagrado y lo profano. Su hermano Polinices había sido asesinado en la lucha por el poder, y su pariente, el rey Creonte, ha emitido un decreto de que su cuerpo debía permanecer sin enterrar como advertencia a los traidores. Sin embargo, Antígona, movida por el amor y la ley divina, desafía el decreto y viene a enterrar a su hermano, aceptando las consecuencias fatales que sigan.
Esto es una tragedia, literalmente. Esta inquietante narración de la conciencia individual rebelándose contra las reglas injustas resuena a través de los siglos. Nos llega en versiones, traducciones y adaptaciones. Es un clásico que ha tocado algo en el corazón humano, arrojando luz sobre nuestro camino mientras luchamos con nuestros conflictos contemporáneos.
En el mundo de hoy, en rápida evolución y acelerado por la tecnología, nosotros, al igual que Antígona, nos encontramos en una encrucijada donde nuestras ricas tradiciones humanísticas están amenazadas de olvido, su valor no reconocido, al igual que Polinices dejado sin enterrar en el campo de batalla. Las Humanidades han muerto y nos toca enterrarlas. O ¿acaso estamos ante un nuevo Renacimiento?
Eliminar las Humanidades
En las últimas décadas hemos contemplado la tendencia a eliminar de la educación (oficial o informal) el acceso a las humanidades y una tradición enorme. ¿Cuáles son estas tradiciones humanísticas? Son la sabiduría colectiva de la humanidad encapsulada en las humanidades—literatura, cultura, lenguaje, filosofía—que corren el riesgo de ser marginadas en nuestra carrera hacia un futuro dominado por la tecnología. El rey Creonte de nuestros tiempos es la narrativa dominante que desestima las humanidades como imprácticas e irrelevantes en una era cada vez más moldeada por la inteligencia artificial y la ciencia de los datos.
Una reacción común ha sido “rescatar” las humanidades argumentando que “lo bello es inútil”. Damos por hecho que la filosofía, literatura y el arte no son capaces de aportar valor a la cuenta de resultados, pero intuimos que tienen un valor propio. Pero quizás esa actitud ha sido la puntilla final, el último clavo en el ataúd de la tradición. Un “salvavidas de plata” que, halagando la belleza de las humanidades, las descarta para el mundo de lo real.
«La muerte anhela los mismos ritos para todos», se lamentaba Antígona a su hermana Ismene. Esta conmovedora declaración resuena con el predicamento de las humanidades hoy en día, enfrentadas al crecimiento de la inteligencia de silicona.
Existe una creencia, más o menos explícita, según la cual los avances en la inteligencia artificial pueden y deben reemplazar el estudio de las humanidades. ¿Nos encontramos entonces ante la tragedia y el deber moral de enterrar las humanidades? ¿O estamos, en cambio, inmersos en una aventura épica?
Inteligencia artificial y latín
Consideremos el latín, el otrora rico y vibrante idioma de toda una civilización (y parte de otras). Ha sido reducido a mera etimología y corre el riesgo de ser olvidado. Esta lucha es un reflejo del conflicto de Antígona contra el severo edicto del rey Creonte. Sin embargo, ella permaneció imperturbable, desafiando a Creonte al preguntar: «¿Puede alguien vivir, como yo vivo, con el mal a mi alrededor, pensar que la muerte es menos que un amigo?»
Para extender esta analogía a nuestro contexto moderno, nos estamos enfrentando a nuestro propio Creonte cultural: el rechazo de las humanidades ante el rápido avance de la inteligencia artificial y la tecnología. La cultura predominante nos lleva a oponer las humanidades a la tecnología. Pero al hacerlo, corremos el riesgo de perder la esencia de nuestra humanidad, que está profundamente incrustada en nuestros idiomas tradicionales y sabiduría cultural en coalición con la tecnología. No en vano la palabra griega “techne” se traduce en latín por “ars”. Arte y técnica son en la visión humanística una y la misma cosa.
Humanidades pragmáticas
El desafío ante nosotros es encontrar una armonía, visibilizar las ventajas de una coalición de las humanidades y la tecnología. Podríamos proponer unas “Humanidades Pragmáticas», un concepto que transforma a las humanidades de ser percibidas como meramente “bellas pero inútiles” a ser justo el recurso que nos hace dueños de nuestro futuro en el contexto de la inteligencia artificial.
Este concepto no es solo una propuesta teórica. El crecimiento de los estudios humanísticos en el siglo XXI es una realidad. Existen instituciones de reciente creación que ya se benefician de este creciente interés por las humanidades: el Instituto Polis en Jerusalén, el Instituto Paideia en Nueva York, el Caelvm en Madrid, y el Proyecto Latinitas de Oxford. Al mismo tiempo, la puesta en práctica de los conocimientos humanísticos en el mundo del emprendimiento, la tecnología, y los negocios abre las puertas a unas humanidades prácticas con mucho potencial.
Por ejemplo, el conocimiento de la lingüística y la literatura supone una gran ayuda para la creación de marcas y nombres en el marketing (branding and naming). Un entendimiento más profundo de la sintaxis y estructura del latín puede mejorar las habilidades de codificación, ayudando a los programadores a generar mejores resultados. Desde la Poética de Aristóteles hasta las películas y novelas contemporáneas, la tradición del “storytelling” ofrece una riqueza de conocimientos que es invaluable para crear narrativas convincentes en cualquier medio, ya sea una campaña de marketing o un guion.
De la misma manera, la historia de Antígona, rica en motivaciones humanas y profundidad emocional, proporciona una visión sobre la condición humana que pueden mejorar la empatía, una habilidad crítica en áreas tan diversas como la psicología, el liderazgo e incluso la IA.
Ante el crecimiento de la inteligencia artificial, conviene impulsar la inteligencia humana: las humanidades, en su versión más pragmática. Así demostramos que la sabiduría codificada en nuestras tradiciones humanísticas puede ofrecer soluciones prácticas a problemas contemporáneos.
El renacimiento de las humanidades
Recordemos la conmovedora declaración de Antígona: «Nací para unirme en amor, no en odio». Estas palabras resuenan con nuestra misión de reconectar con nuestra herencia intelectual, de reavivar nuestro ‘amor’ por las humanidades y afirmar su importancia en el mundo actual. Mientras la trágica historia de Antígona continúa resonando a lo largo de los siglos, dejemos que nos inspire para afirmar el valor intrínseco de las humanidades y abrazar el renacimiento que nos espera.
Para concluir: 3 cosas que podemos hacer este verano para aumentar nuestro nivel de Humanismo práctico:
- Leer un clásico: la obra de Antígona (Sófocles) puede leerse en 2 horas. La “Poética” de Aristóteles, que es la base para el Storytelling contemporáneo, en menos tiempo.
- Comienza a aprender latín. Existen muchos recursos sencillos para conectar con esa lengua. Por ejemplo, leer poco a poco el libro “Familia Romana” de Hans Orberg, es un comienzo estupendo.
- Localiza el polo humanístico más cercano. Rodearse de personas que impulsan las humanidades es esencial; busca a gente con esos intereses a tu alrededor, el mundo es un pañuelo.