FirmasÁlvaro Sánchez León

Hijos del relativismo

“De aquellos polvos vienen estos lodos”, reza el conocido refrán. Pues sí, del relativismo proceden hoy el falso diálogo social y el postureo, el afectuosismo patológico, el exhibicionismo de la intimidad o la posverdad.

10 de marzo de 2017·Tiempo de lectura: 2 minutos

La búsqueda del sentido de la vida progresa en la biografía de cada persona. A la vez, fuera, en el camino, el relativismo engorda sin piedad. La verdad no existe. El bien es subjetivo. La belleza es discrecional. Y punto. Una bomba en los cimientos. Un puro. Y miles de insatisfacciones cristalizadas en tensión interior, dialécticas huecas, depresiones, risitas, soledades, mentiras, mal, feísmos.

El relativismo es una higa a la sed de felicidad que naufraga ante la debilidad del hombre para conquistar las verdades como puños. Es una duda adolescentemente madura que evita cualquier compromiso para justificar el vacío.

El relativismo es una enfermedad de la razón aquejada de afectuosismo que impide a la voluntad elegir el recto –y difícil- camino de la conciencia.

El relativismo es un monstruo que viene a verme con ira postergando el romanticismo de la vida a un pesimismo existencial lleno de preguntas sin respuestas por voluntad propia y por insistencia ajena.

Del relativismo absolutista nace el lema de las sociedades unidas sólo por la virtualidad de las redes: hago lo que me da la gana, pienso lo que me da la gana, te mando a dónde me da la gana. Piérdete. No me importas. 

El relativismo era un arma contra el dogma y se ha convertido en una mina contra los principios. Y ahora lo asfixiantemente correcto es elegir entre ser relativista, o ser medieval, integrista, apostólico y romano… 

La posverdad con la que se nos llena la boca es hija del relativismo. Ahora es mayor, está juguetona y displicente, y se ha rebajado la falda para enseñarnos sus carnes. Y esas carnes expresan su esencia: mentiras.

El falso diálogo social es otro hijo legítimo, amante del postureo, desmelenado y locuaz, que conversa sin oír. Sólo el desvergonzado relativismo es capaz de vender la confrontación a hierro como diálogo tolerante. 

La simple autenticidad es hija de sangre. Pava. Tonta. Yo soy así. No cambies. Arriba mi yo mismo. Abajo el mundo.

El exhibicionismo de la intimidad. Otra. La hija casquivana que retrata con su despelote la insoportable levedad del ser sólo cuerpos.

El libro de familia del relativismo es una enciclopedia de problemas contemporáneos que perderán la batalla. Lo augura la esperanza. Otros prefieren pensar que esta familia Monster es la reina del mambo. OK. Nunca es tarde para huir de Neverland.

El autorÁlvaro Sánchez León

Periodista

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