Tres datos: el déficit público para este año se prevé del 5.3%; la Deuda Pública alcanzará el 116,4% del PIB; la inflación media anual se situará en torno al 7.5%. Trasladados a escala doméstica estos datos equivaldrían a decir que, este año, una familia tipo va a gastar un 5,3% más de lo que gana.
En consecuencia, va a tener que pedir préstamos para sobrevivir por un importe equivalente al 116,4% de sus ingresos anuales, con intereses cada vez más altos; además, manteniendo los mismos ingresos, sus gastos van a aumentar en un 7,5%.
Se podrían hacer algunas matizaciones técnicas a esta comparación; pero en líneas generales esa es la situación.
En estas proyecciones hay, sin embargo, un error de base: considerar sólo los aspectos estrictamente económicos, sin caer en la cuenta de que la economía es una cuestión radicalmente antropológica, acción humana (Mises dixit), que no se agota o se resuelve en propuestas de gasto público, subida de impuestos o ayudas y subvenciones, sino en la identificación de la persona humana y el respeto a su dignidad singular. Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral.
Desde la izquierda se proclama la necesidad de más justicia social, que concreta en el incremento del estado de bienestar, garantizado por los poderes públicos. Desde la otra acera se aboga por la libertad y responsabilidad personales en la actividad económica y por la libertad de mercado como medio para asegurar la distribución de los recursos.
Aquí las hermandades tienen algo que decir y hacer en su doble misión de agentes de Caridad y regeneradoras de la sociedad desde dentro.
Las hermandades no pretenden dar una solución técnica a los problemas económico, sus criterios están contenidos en la Doctrina Social de la Iglesia, que no es una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo, porque no atiende la «lógica de las operaciones», sino a la «lógica del don», a la aceptación libre del amor de Dios, que es la que determina la calidad de la acción humana que activa las operaciones.
“Se trata de promover la justicia, no de dar limosnas”, dicen algunos, creando así un falso par dialéctico entre justicia y caridad, a la que identifican como una concesión del capitalismo para tranquilizar su conciencia. Se olvidan estos apóstoles del estado del bienestar de que la justicia es inseparable de la caridad, intrínseca a ella; presupone la justicia y la perfecciona.
La justicia es la primera vía de la caridad: no puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde; pero la justicia a secas no proporciona al ser humano todo lo que le corresponde, éste necesita además a Dios, lo que implica donación.
El desplazamiento de la caridad por la atención del Estado deja insatisfechas las más fundamentales necesidades morales y espirituales de la gente y perpetúa la pobreza material (Benedicto XVI).
El estado del bienestar cada vez más expandido, dificulta el ejercicio de la caridad y relega a la Iglesia, y también a las hermandades, a la condición de entidades filantrópicas subsidiarias del Estado.
Caridad no es dar, es “sufrir con”, por eso las hermandades no dan limosnas, reparten justicia, más amor; en ellas la caridad cristiana es intrínseca a su naturaleza, no un extra optativo.
La caridad no es solo resolver necesidades materiales inmediatas, hay que atender también a la dignidad personal de cada uno de los asistidos. La izquierda no entiende el enfoque individual, persona a persona, tiende a la ingeniería social, pero ésta falla al situarse ante cada persona individual, por eso el estado del bienestar fracasa al llegar a este punto.
Un último detalle importante a tener en cuenta: en esta batalla para atender necesidades de los demás, las hermandades no generan recursos, ni emiten “deuda cofrade” para atender sus obras de caridad.
Los recursos los consiguen de la sociedad, no por la vía coercitiva de la exacción de impuestos, sino apelando a la caridad y solidaridad de todos. Son los “agentes sociales” de la caridad.
Además de atender las necesidades de las personas, las hermandades reconstruyen así las bases morales de la economía, uniendo justicia y caridad. No se les pida más, ni menos, a estas instituciones que tienen en su mano, en buena medida, la reconstrucción de nuestros valores sociales.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.