A veces conviene recordar conceptos básicos que se dan por supuestos pero que hay que refrescar para que no se olviden arrumbados por la rutina del día a día.
En el caso de las hermandades, más allá de sus actividades diarias, no podemos perder de vista su naturaleza y fines: son asociaciones públicas de fieles de la Iglesia Católica que tienen como misión el perfeccionamiento cristiano de sus miembros.
Las vías para realizar esa misión son la formación, o transmisión de la doctrina cristiana, el fomento de la virtud de la Caridad, la promoción del culto público y la santificación de la sociedad desde dentro (Cfr. CIC c. 298.1 CIC).
Es la jerarquía eclesiástica quien las erige como asociaciones públicas y les otorga personalidad jurídica para que cumplan su misión en nombre, por delegación, de la Iglesia.
A las Hermandades se le encomiendan actividades reservadas por su misma naturaleza a la autoridad eclesiástica (cfr. CIC c.301) por lo que quedan, lógicamente, bajo la supervisión de esa autoridad (cfr. CIC 303).
No son entidades autónomas, su misión, actividades y orientaciones pastorales las marca la Iglesia, representada de modo inmediato por el Ordinario de la diócesis en la que la hermandad se constituye.
Centradas las bases de la naturaleza y fines de las hermandades parece claro que éstas habrán de estar atentas a las indicaciones pastorales que en cada momento proponga la Iglesia a los fieles, asumirlas como propias y esmerarse en su difusión y puesta en marcha entre sus hermanos, con una obediencia activa. En cada diócesis esas indicaciones de gobierno las marca el ordinario de la misma, en España la Conferencia Episcopal Española.
En ese contexto se sitúa el trabajo presentado por la misma el pasado mes de enero bajo el título de «El Dios fiel mantiene su alianza», que subtitula como “Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad ofrecido a la Iglesia y la sociedad española desde la fe en Dios y la perspectiva del bien común”.
Este extenso documento, más que un programa de actuaciones lo que propone son «reflexiones a compartir con los miembros de la Iglesia y con la sociedad española, partiendo de la mirada sobre la actual situación cultural, social y política».
Su intención es «estimular la reflexión y el diálogo sobre asuntos de especial importancia para la vida eclesial y social en un momento de convergencia de múltiples acontecimientos, políticos, económicos y culturales expresión de una gran transformación que afecta a la transmisión de la fe y a la convivencia en nuestra sociedad». Reflexiones que «quieren animar la presencia pública de los católicos en los ambientes e instituciones de los que forman parte».
Aquí entran de lleno las hermandades, instituciones a las que se les ofrece un plan de trabajo ya redactado y con plenas garantías. Un plan que gira en torno a tres ejes: persona, familia y sociedad.
El documento no ofrece un catálogo de actividades a realizar, sino propuestas para reflexionar, profundizar y ajustarlas a la programación de las hermandades en su tarea de formación permanente y santificación de la sociedad.
El eje central del mismo ya se expone en la Introducción: «Persona y sociedad son inseparables, y la familia es la alianza que las une». Este esquema básico se ha visto alterado por una profunda crisis cultural y social, por eso la Iglesia «ofrece la propuesta de una antropología adecuada a la experiencia humana elemental».
A partir de aquí va identificando algunos problemas de la sociedad actual: la crisis del estado del bienestar; la cultura del individualismo (reducción de persona a individuo); la sustitución de las convicciones por sentimientos; la dictadura del relativismo, y las consecuencias de estos problemas en la familia y la sociedad.
Tras este análisis constata: «la carencia de compromiso público de los católicos» a los que anima, más bien exhorta, a intervenir proponiendo, y confrontando en su caso, una antropología cristiana.
Este Documento está llamado a provocar en las hermandades un vuelco en sus planteamientos, para que, sin descuidar el día a día de su gestión -organización de cultos, salida procesional, atención a los hermanos, etc.-, sean también centros de excelencia intelectual y doctrinal que intervengan decisivamente en la reconstrucción de la sociedad civil.
Es muy posible que ese emprendimiento sea rechazado, incluso combatido, también en las hermandades, por quienes se encapsulan en su torre de marfil, desconectados de la realidad, y temen que se resquebraje su falsa seguridad. A esos mejor ignorarlos.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.