El obispo de Alto Solimões, Amazonía (Brasil), Mons. Adolfo Zon, describe la actividad misionera de la Iglesia en su diócesis y asegura que la convocatoria del próximo sínodo de los obispos para la región amazónica está muy ligada al desarrollo de la encíclica Laudato si.
TEXTO – Adolfo Zon, Obispo de Alto Solimoes, Amazonia (Brasil)
Hace unos días, la Iglesia católica ha celebrado con entusiasmo y alegría la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND). Ha sido una campaña de oración y de ayuda a los misioneros que trabajan en todos los continentes. También nosotros, dentro de nuestra pobreza, recaudamos y enviamos dinero al Papa para las comunidades que tienen más necesidades.
Para entender mejor lo que voy a comentar en estas líneas, me piden, explicar qué hace un sacerdote de Orense en Brasil. Soy natural de Galicia (España) en 1956 y desde hace 24 años soy misionero javeriano en Brasil. Mi misión no es otra que globalizar la cultura del amor. Quiero que la Iglesia llegue a todos, y ofrezca la oportunidad de conocer a Jesús y de tener un desarrollo personal integral. En 2014, el Papa Francisco me nombró obispo de la diócesis de Alto Solimões en la Amazonía brasilera, un lugar bien misionero. Esta diócesis cuenta con 131.000 km² y con una densidad de población de 1,4 habitantes por km².
La selva tropical más grande y el pulmón del mundo, así se conoce fuera de sus fronteras a la Amazonía. Pero cuando vives aquí te das cuenta que la Amazonía es mucho más. Todavía me asombra la variedad de etnias, la multiculturalidad, los paisajes, la hospitalidad y amabilidad de su gente, y la buena acogida que le han dado a nuestro mensaje. Subsisten con poco, pero aún así no pierden la sonrisa. La economía se basa en el sector primario, predominan la agricultura y la pesca. Por nuestra parte, impulsamos una agricultura más especializada, competitiva y organizada.
Los desafíos se incrementan cuando coexisten once diferentes etnias, lenguas y culturas. Para acercarles la Palabra de Dios, necesitamos aprender su idioma, ser creativos y cercanos. La pastoral traza un plan de evangelización para cada grupo en concreto, es un reto constante ya que somos muy pocos agentes de pastoral. Hay comunidades donde solo podemos celebrar la Eucaristía una vez al año porque contamos con 15 sacerdotes para 216.000 habitantes, de los cuales el 33 % son pueblos indígenas. Los tikunas -unos 46.000- son la etnia más numerosa.
Aquí se presentan dramas propios de toda región fronteriza. Corrupción y tráfico de todo tipo: de personas, de animales, de droga, etc. Para disminuir estos males, la pastoral trata de dar apoyo, acompañamiento y educación en valores. A ello se suman los problemas ambientales como la deforestación y la contaminación del agua.
Ante este panorama, la convocatoria del próximo sínodo de los obispos en octubre de 2019 no ha sido una sorpresa. Sabíamos que el Papa estaba interesado en convocar una Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos para la región pan- amazónica, con el fin de analizar qué camino seguir para tener mayor presencia en los pueblos indígenas. No es cualquier presencia, queremos descubrir juntos a ese Dios que antecede a la misión.
De la misma forma, la encíclica Laudato si nos dará luces y pautas para promover un cuidado integral de la casa común, con especial foco en la selva amazónica. Esta zona es decisiva para el futuro de la humanidad y el cambio climático nos empuja a dar pasos firmes e inmediatos hacia una reconciliación con la naturaleza.
“El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social”, escribe el Papa Francisco en la encíclica. Por esta razón, el sínodo estará marcado por estas dos variables estrechamente relacionadas: las personas y el ecosistema.
Mientras esperamos este importante encuentro, nuestro proyecto está centrado en una catequesis vivencial. Es decir, estar cada vez más cerca del pueblo, ser testimonios y vivir el Evangelio cada día. En todos estos años, he percibido que el número de seguidores de Jesús crece mediante el ejemplo y la presencia constante de los religiosos en la vida de las personas. Acompañarlos en sus alegrías y tristezas es una maravillosa labor.
La misión nace del bautismo, donde sea que estemos, todos estamos llamados a vivir en misión permanente. Os animo a todos a plantearse la misión como camino de vida. La Iglesia católica necesita recursos humanos, gente que se ofrezca por la causa de Jesús, y en definitiva, la Amazonía invita a todos los misioneros a que siembren palabras de amor en los pueblos más olvidados y vulnerables del planeta.