El último viaje del Papa Francisco

Hoy la Iglesia entierra al Papa Francisco, un hermano que caminó con nosotros y fue altavoz de la misericordia divina.

26 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos
Papa Francisco

Porteadores llevan el féretro del Papa Francisco al interior de la Basílica de Santa María la Mayor (OSV News photo / Claudia Greco, Reuters)

Un cielo limpio ha acompañado el último viaje del Papa Francisco. La Plaza de San Pedro y la Vía de la Conciliazone presentaban el lleno de las grandes ocasiones para despedir al Pontífice argentino.

La fachada de Maderno, imponente como una custodia de piedra, acogía en silencio el dolor contenido de los fieles, mientras las columnas de la majestuosa columnata de Bernini abrían de nuevo sus brazos para envolver en un solo abrazo a Roma y al mundo. No era sólo una despedida: era el testimonio vivo de un pastor que supo tocar los corazones de muchos.

Frente al altar del sagrato de la Plaza, el sobrio féretro de Francisco, sin más ornamento que la cruz y el Evangelio, descansaba humilde, como había vivido. A sus pies, una liturgia solemne y una música capaz de unir el cielo y la tierra, sobrecogiendo incluso a la menos creyente de las autoridades políticas que ocupaban los asientos de honor. Era el lenguaje universal de la belleza y la eternidad que sólo la Iglesia sabe custodiar en sus ritos.

Uno de los momentos más conmovedores fue tras la comunión, cuando se entonó un impresionante rito fúnebre de la liturgia bizantina, cantado en griego. Fue una prueba para los católicos de rito latino de que algunas de las liturgias más bellas, son las de nuestros hermanos orientales. El canto, antiguo como la fe misma, envolvió la plaza en un eco de eternidad.

El Papa Francisco en Santa María la Mayor

También destacó la presencia de los miles de sacerdotes concentrados en los primeros bloques, señal evidente de que lo más grande que puede hacer un hombre es celebrar la Eucaristía. Justo detrás de ellos, un grupo de más de cien personas sordas y sus intérpretes de signos recordaban la ternura con la que Francisco quiso siempre cuidar las periferias, también las invisibles.

Con la solemnidad contenida de quien entiende que asiste a un acto que se escribe en las páginas de la historia, la procesión fúnebre trasladó lentamente el cuerpo de Francisco al interior de la Basílica, para afrontar su último viaje, los seis kilómetros que unen el Vaticano con la sobria tumba que mandó construir en Santa María la Mayor.

Hoy la Iglesia no sólo entierra a un Papa, sino a un hermano que caminó con nosotros y fue altavoz de la misericordia divina.

El autorJavier García Herrería

Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.

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