La formación moral de Kant

En el 300 aniversario del nacimiento de Kant, repasamos algunas facetas menos conocidas del primer y más importante representante del criticismo y precursor del idealismo alemán, valiente defensor de la libertad frente a los poderes políticos y religiosos.

6 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 6 minutos
Immanuel Kant

Silueta de Immanuel Kant (Wikimedia Commons)

La reciente biografía de Manfred Kuehn (2024) nos revela a un Kant poco conocido por el gran público y que fue un excelente anfitrión y un devoto amigo. Asociado a la Ilustración, asistió al nacimiento del mundo moderno y su pensamiento es tanto expresión de una época trepidante como una salida de sus aporías, convirtiéndose en uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal.

La vida de Kant se extiende a lo largo de casi todo el siglo XVIII. Su mayoría de edad asistió a algunos de los cambios más significativos del mundo occidental -cambios que aún hoy siguen resonando-. Era el periodo durante el cual se originó el mundo en el que hoy vivimos. La filosofía de Kant fue en gran medida una expresión y una respuesta ante aquellos cambios. Su vida intelectual reflejó los desarrollos especulativos, políticos y científicos más significativos de la época. Sus opiniones son reacciones al clima cultural de su tiempo. La filosofía inglesa y francesa, la ciencia, la literatura, la política y las costumbres formaron el tejido de sus conversaciones cotidianas. Incluso sucesos tan relativamente distantes como las revoluciones americana y francesa repercutieron definitivamente en Kant, y por tanto también en su obra. Su filosofía debe ser contemplada en este contexto global.

Emanuel, que más tarde cambiaría su nombre por Immanuel, era hijo de Johann Georg Kant (1683-1746), un maestro guarnicionero afincado en Königsberg, y de Anna Regina Reuter (1697-1737), hija de otro guarnicionero de la misma ciudad. Kant fue el cuarto hijo del matrimonio, aunque cuando él nació sólo sobrevivía una hermana de cinco años. El día que lo bautizaron, su madre escribió en su libro de oraciones: “Quiera Dios conservarlo de acuerdo con Su Promesa de Gracia hasta el final de sus días, por el amor de Jesucristo, Amén”. El nombre impuesto le pareció de muy buen augurio. Esta plegaria no era solamente la expresión de un anhelo piadoso, sino que respondía también a un deseo real y expresaba un sentimiento muy profundo. De los cinco hermanos nacidos después de Kant, sólo tres sobrepasaron la primera infancia.

La educación recibida

El gran filósofo guardó siempre un profundo agradecimiento a la educación recibida por sus padres, principalmente a través de su ejemplo de vida. Su familia se vio afectada por querellas profesionales entre distintos gremios: “… a pesar de ellas, mis padres trataban con tal respeto y consideración a sus enemigos y con tan firme confianza en el porvenir que el recuerdo de este incidente no se borrará nunca de mi memoria, aun cuando entonces yo era sólo un muchacho”.

Años más tarde, su amigo Kraus dejó escrito: “Kant me comentó una vez que cuando observaba más de cerca la educación que se impartía en la casa de un conde no lejos de Königsberg… pensaba con frecuencia en la preparación incomparablemente más noble que él había recibido en casa de sus padres. Les estaba muy agradecido por eso, añadiendo que jamás había oído o visto nada indecente en su casa”.

Kant sólo tenía cosas buenas que decir acerca de sus padres. Así, en una carta de una época más avanzada de su vida escribía: “Mis dos padres (que pertenecían a la clase de los artesanos) eran perfectamente honestos, moralmente decentes y disciplinados. No me legaron una fortuna (pero tampoco me dejaron deudas). Y, desde el punto de vista moral, me dieron una educación absolutamente inmejorable. Cada vez que pienso en esto me siento invadido por sentimientos de la más intensa gratitud”.

Su madre murió a los cuarenta años, cuando el futuro filósofo tenía sólo 13 años y quedó profundamente afectado. Murió contagiada de la enfermedad de una amiga enferma a la que cuidó en su lecho de muerte. Kant escribió años después que “su muerte fue un sacrificio a la amistad”. Cuando murió su padre en 1746, un Immanuel de casi veintiún años escribió en la Biblia familiar: “El 24 de marzo mi querido padre nos ha dejado con una muerte tranquila… Quiera Dios, que no le deparó muchas alegrías en esta vida, permitirle participar en la bienaventuranza eterna”.

Kant y la religión

Los padres de Kant eran religiosos muy influidos por el pietismo, movimiento religioso dentro de las iglesias protestantes de Alemania que fue en gran medida una reacción al formalismo de la ortodoxia protestante. Los pietistas subrayaban la importancia del estudio independiente de la Biblia, la devoción personal, del ejercicio del sacerdocio entre los laicos y de una fe encarnada en actos de caridad. Usualmente comportaba la insistencia en una experiencia personal de conversión radical o renacimiento y menosprecio del éxito mundano, que a menudo podía fecharse con precisión. El “viejo yo” tenía que ser superado por el “nuevo yo” en una batalla librada con ayuda de la gracia de Dios. Cada creyente debía formar en su entorno una pequeña iglesia de “verdaderos cristianos”, diferente de la iglesia formal que pudiera haberse alejado del verdadero sentido del cristianismo.

Sobre las ideas religiosas de sus padres, que aparecerían como las “exigencias de santidad” en la segunda “Crítica” de Kant, dejó también escrito: “Incluso aunque las ideas religiosas de aquel tiempo… y las concepciones de lo que se llamaba virtud y piedad no fueran claras y suficientes, la gente era realmente virtuosa y piadosa. Uno puede decir tantas maldades como quiera sobre el pietismo. Pero las gentes que lo tomaban en serio estaban caracterizadas por una cierta especie de dignidad. Poseían las cualidades más nobles que un ser humano pueda tener: esa tranquilidad y amabilidad, esa paz interior que no se deja perturbar por ninguna pasión. Ninguna necesidad, ninguna disputa podían enfurecerlos o convertirlos en enemigos de nadie”.

La educación de los niños

En sus “Lecciones sobre Pedagogía” (1803) dejará buenas ideas para la educación moral de los niños, a los que hay que enseñar los deberes comunes para con uno mismo y para con los otros. Deberes basados en “una cierta dignidad que el ser humano posee en su naturaleza interna que lo dignifica en comparación con todas las otras criaturas. Es deber suyo no negar esta dignidad de la humanidad en su propia persona”.

La embriaguez, los pecados antinaturales y todos los tipos de excesos son para Kant ejemplos de esa pérdida de dignidad por la que nos colocamos a nosotros mismos por debajo del nivel de los animales. La acción de “arrastrarse” -deshacerse en cumplidos y mendigar favores- nos coloca también por debajo de la dignidad humana. La mentira debe ser evitada, pues “convierte a los seres humanos en objeto de general desprecio y tiende a despojar al niño de su propio respeto”, algo que todo el mundo debería poseer. Y cuando un niño evita a otro niño porque es más pobre, cuando lo empuja o le pega, deberíamos hacerle comprender que esa conducta contradice el derecho de humanidad.

En su “Metafísica de las costumbres” (1785) ofrece el ejemplo de un hombre que abandona su proyecto de dedicación a una actividad que le complace “inmediatamente, aunque de mala gana, ante la idea de que de proseguirla tendría que omitir alguno de sus deberes como funcionario o descuidar a un padre enfermo”, y que al comportarse así estaba probando su libertad en grado máximo.

Kant se sentía horrorizado cuando recordaba sus años escolares en el Collegium Fridericianum y, con alguna excepción, decía de sus profesores que “serían incapaces de encender un fuego con un posible chispazo de nuestra mente sobre filosofía o matemáticas, pero se mostrarían muy buenos apagándolos”. Kant reconocía que “es muy difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya… Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso -o más bien abuso- racional de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad”.

Ante el rigorismo de sus profesores, dejará escrito en sus lecciones sobre antropología que jugar a las cartas “nos cultiva, atempera nuestro ánimo y nos enseña a controlar nuestras emociones. En este sentido puede ejercer una influencia beneficiosa sobre nuestra moralidad”. Por diversas experiencias desagradables con soldados en su ciudad, su concepto del estamento militar no era muy elevado.

En su obra “El único argumento posible en una demostración de la existencia de Dios” (1763) Kant termina afirmando que “es absolutamente necesario estar convencido de que Dios existe; pero que Su existencia tenga que ser demostrada, sin embargo, no es igualmente necesario”. Y en sus “Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime” (1764) comenta que “Los hombres que obran según principios son muy pocos, cosa que hasta es muy conveniente, pues con facilidad estos principios resultan equivocados, y entonces el daño que de ello se deriva llega tanto más lejos cuanto más general es el principio y más firme la persona que lo ha adoptado”. Kant pensaba que a los cuarenta años se adquiría el carácter definitivo y pensaba que la máxima primera y más relevante para juzgar el carácter de una persona es la de la veracidad consigo mismo y con los demás.

En un pasaje famoso de la “Crítica de la razón práctica” (1788) dice Kant: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto con más frecuencia se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

Fue un defensor entusiasta de la revolución francesa, que veía como primer triunfo práctico de la filosofía que había ayudado a crear un gobierno basado en los principios de un sistema ordenado y racionalmente construido. En su obra “La religión dentro de los límites de la mera razón” (1794) afirma que puede ocurrir que “la persona del maestro de la única religión válida para todos los mundos sea un misterio, que su aparición sobre la tierra y su desaparición de ella, que su azarosa vida y su pasión sean puros milagros… que la historia misma de la vida del gran maestro sea a su vez un milagro (una revelación sobrenatural); podemos dar a todos esos milagros el valor que queramos, y honrar incluso la envoltura… que ha puesto en marcha una doctrina que está inscrita en nuestros corazones…”.

En 1799, cuando su debilidad no era aún muy evidente, Kant afirmó a unos conocidos suyos: “Señores míos, soy viejo y débil, y ustedes deben considerarme como a un niño… No tengo miedo a la muerte; yo sabré cómo morir. Les juro ante Dios que, si siento acercarse a la muerte durante la noche, uniré mis manos y exclamaré Dios sea alabado. Pero si un demonio maligno se situara a mi espalda y me susurrase al oído: Tú has hecho desgraciados a los seres humanos, entonces mi reacción sería muy distinta”. El 12 de febrero de 1804 Kant murió a las 11.00 de la mañana, a dos meses de cumplir 80 años.

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