El 22 de enero de 2021, es una fecha importante para la humanidad. El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que unos cincuenta países de las Naciones Unidas habían ratificado el pasado mes de octubre, entra finalmente en vigor. Es el primer acuerdo jurídicamente vinculante que prohíbe el desarrollo, los ensayos, la producción, el almacenamiento y la transferencia de armas nucleares, así como su uso. No es casualidad que entre los países firmantes no se encuentren las principales potencias nucleares tradicionales, por lo que el camino hacia un desarme real y efectivo no ha hecho más que empezar.
Un acto inmoral
En noviembre de 2019, desde el Memorial de la Paz de Hiroshima, fue el Papa Francisco quien condenó sin «apelación» el uso de la energía atómica con fines bélicos, un acto totalmente «inmoral» que atenaza la libertad de las poblaciones, niega la paz y causa tanto sufrimiento.
«No más guerras, no más ruido de armas, no más tanto sufrimiento«, fue el grito del Pontífice, reiterando cómo este enfoque es en última instancia «un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad, sino contra cualquier posibilidad de futuro en nuestra casa común«.
Una de las primeras intervenciones del Papa en la línea del llamamiento por un mundo libre de armas nucleares, lleva la fecha de julio de 2014, con un mensaje dirigido al presidente de la Convención sobre Minas antipersona, en el que pedía poner «la persona humana, mujeres y hombres, niñas y niños, en el centro de nuestros esfuerzos de desarme.»
Unos meses más tarde, en diciembre, escribiendo al presidente de la Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares, denunció el «despilfarro de recursos» relacionados con las armas nucleares, que sería más correcto emplear en el desarrollo humano integral, la educación, la salud y la lucha contra la pobreza. Y concluyó con el deseo de que «las armas nucleares sean prohibidas de una vez por todas«.
Hizo un llamamiento reiterado en su visita a la ONU en septiembre de 2015, y en otros mensajes a la misma Conferencia de la ONU en 2017, 2019 y 2020, en varios Ángelus desde la ventana de la plaza de San Pedro, en encuentros con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, en las Plenarias de las Academias Pontificias de Ciencias y Ciencias Sociales, y en los últimos Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz.
El desarme en la Fratelli tutti
Todas estas preocupaciones fueron resumidas en el n. 262 de la última carta encíclica Fratelli tutti, donde se explica claramente -mostrando precisamente la interconexión y la complejidad de todos los acontecimientos que caracterizan la época actual-, que la opción del desarme es funcional para «eliminar definitivamente el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de modo que sus habitantes no recurran a soluciones violentas o engañosas y no se vean obligados a abandonar sus países en busca de una vida más digna«.
Celebrando la importancia de este día, el pasado miércoles, al final de la audiencia general, el Santo Padre animó a los Estados a emprender con valentía el camino del desarme, contribuyendo así «al avance de la paz y de la cooperación multilateral, que tanto necesita hoy la humanidad«.
Diversas personalidades de la Iglesia Católica, presidentes de conferencias episcopales de varios países del mundo, obispos de importantes diócesis, así como religiosos y laicos, han firmado una declaración conjunta para la ocasión, recogida por el movimiento católico internacional por la paz Pax Christi, en la que expresan su satisfacción por el importante objetivo inicial alcanzado por las Naciones Unidas y exhortan a los gobiernos que no lo han hecho a firmar y ratificar el Tratado.
El don de la paz
«Creemos que el don de la paz de Dios actúa para desalentar la guerra y superar la violencia«, escriben en el documento, que significativamente tiene como primer firmante al patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa.
Por parte de la Santa Sede, en una entrevista concedida a Vatican News, el Secretario para las Relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher, reconociendo que se trata de una «primera piedra» y que aún queda mucho camino por recorrer, invitó a «evitar aquellas formas de recriminación y polarización recíproca que obstaculizan el diálogo en lugar de favorecerlo«.
Más bien, porque como humanidad tenemos la capacidad, además de la libertad y la inteligencia, de «dirigir la tecnología«, de «poner límites a nuestro poder» y comprometer todos los esfuerzos en un progreso «más humano, social e integral«.