Con el primer domingo de Adviento inauguramos el nuevo año litúrgico. La Iglesia pone a cero su contador semanas antes de que lo haga el calendario civil porque cultiva una virtud en horas bajas: la de la esperanza.
Hoy todos vamos con prisa, nadie quiere esperar, todo es «fast», aquí y ahora, «melón y tajá en mano» decimos por el sur. Si el metro tarda más de 8 minutos, nos destroza la mañana; si en la cola del súper hay más de dos compradores delante, ya estamos pidiéndole a la cajera que llame a un compañero para abrir otra caja; y los roscones de Reyes se venden ya en todos los supermercados no vaya a ser que nos muramos con el antojo de aquí a un mes que es cuando tradicionalmente se ponían a la venta.
La ansiedad nos come, con graves consecuencias para la salud mental de niños, jóvenes y mayores; y las adicciones están al orden del día porque somos incapaces de frenar los instintos que nos reclaman satisfacción inmediata.
La cocina al chup-chup ha sido desbancada por los establecimientos de comida rápida o a domicilio. Las relaciones forjadas durante años de noviazgo con el objetivo de formar una familia para toda la vida, han dado paso a tiempos de convivencia no más largos que la vida del perro con custodia compartida o a fugaces encuentros vía Tinder, cuando no a un simple desfogue virtual. Los niños ya no pasan las horas muertas jugando al guiso o al elástico, sino que corren de un sitio para otro con multitud de actividades extraescolares y le roban horas al sueño para jugar videojuegos online hasta altas horas de la madrugada.
La ropa, los coches, los electrodomésticos, los muebles y tantos otros bienes de consumo tienen una vida cada vez menor y están de hecho diseñados para ser sustituidos pronto. Más de una hora sin contestar un Whatsapp es de mala educación; no poner un corazón en la publicación de esta mañana de un amigo te puede costar la amistad; no devolver la llamada perdida es feo… Hemos deshumanizado el tiempo, nos hemos hecho sus esclavos. ¡Por Dios, qué estrés!
El año cristiano, que en esta ocasión abrimos con el mes de diciembre, es una ayuda para devolver al tiempo su dimensión humana, con la semana (el domingo) como eje central. Las fiestas están distribuidas a lo largo del año, alternando tiempos fuertes, con tiempos «menos» fuertes, pero igualmente llenos de sentido y salpicados de fechas significativas. La memoria diaria de los santos humaniza también la jornada, pues son ejemplos a nuestra medida de que amar sin medida es posible.
El calendario litúrgico aúna el Chronos y el Kairós. El Chronos, en la mitología griega, refiere a la contabilidad del tiempo para la que usamos el reloj o el almanaque. Con el Kairós, se expresa el tiempo como oportunidad, como momento trascendente. Y es que el año cristiano trata de propiciar a lo largo de esa larga lista de horas, días, semanas y meses, momentos en los que Dios se haga presente en la historia particular de hombres y mujeres. Procura que el Eterno, el que no tiene fin porque no tiene principio porque está fuera del tiempo, abra grietas, portales entre los resquicios del universo para encontrarse y fundirse en el abrazo de la fe con quienes intuyen que su vida tiene un destino infinito.
Adelantando el inicio del año para vivir el Adviento, la espera, cultivamos la fiesta verdadera, porque no hay mejor beso que el largamente anhelado, no hay mejor sorbo de cerveza que el primero tras una jornada calurosa, no hay mejor premio que el conseguido tras largas horas de trabajo, estudio o entrenamiento.
El que espera desespera sólo si se ha dejado empequeñecer por la tendencia actual a la inmanencia, olvidando que somos ciudadanos celestes. La falta de natalidad es la prueba más clara de esta ola de desesperanza que asola Occidente.
Frente a los profetas de calamidades y a los negros augurios de los telediarios, yo apoyo mi esperanza en ese abuelo que, cada mañana, espera de la mano de su nieta con discapacidad el autobús del centro de día; en ese migrante que rescató a una vecina sacándola en volandas del peligro de la inundación de su calle; en ese sacerdote que, tras horas sentado en el confesonario, decide esperar un rato más por si algún remolón necesitara aún de la misericordia de Dios. Son los signos de los tiempos de los que habla el Papa en su bula de convocatoria del jubileo de la Esperanza. «Es necesario –dice– poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia».
Son signos sencillos, nada espectaculares, pero, sumados, brillan más que el sol.
Permanezca atento. La esperanza se abre camino a su alrededor a cada instante, en cada grieta del espacio y del tiempo y tenemos todo un año por delante para experimentarla. ¡Feliz año nuevo!
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.