Amistades históricas y la fe según Ratzinger

Hay muchos ejemplos de amistades emblemáticas a lo largo de la historia y también en la literatura. La fe, en esencia, es lo mismo: confianza en alguien a quien se quiere.

24 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
Fe

David y Jonatán ©CC

La historia y la literatura registran grandes amistades en el plano humano.

Una de las más conocidas es la de David y Jonatán. A esta entrañable amistad, probablemente el mejor ejemplo de amistad en el Antiguo Testamento, se enfrentó Saúl, el padre de Jonatán, que envidió a David hasta el punto de ordenar asesinarle, por lo que David tuvo que huir de la corte. Cuando lo supo, Jonatán -hijo mayor y heredero de Saúl- se puso del lado de su amigo David.

Saúl, desechado por Dios y muerto en el campo de batalla contra los filisteos, perdió el trono, que pasó a David, el nuevo rey.

Otra célebre amistad es la de Pílades y Orestes. Clitemnestra, esposa infiel de Agamenón, envió a su hijo Orestes -para que no fuese testigo de su infidelidad- al cuidado del rey Estrofio, de Fócide. Orestes creció allí en amistad con Pílades, hijo del rey. A su regreso de Troya, Agamenón fue asesinado por Egisto, el amante de su esposa.

Orestes, con la ayuda de Pílades, mató a Clitemnestra y a Egisto, tras lo cual se fueron los dos navegando hasta los límites de la Escitia. Al llegar al país de Tauros, Orestes cayó al suelo afectado por su habitual locura quedando tendido en el suelo; Pílades le limpiaba la espuma y cuidaba de su cuerpo.

Cada uno de ellos se ofreció para salvar la vida del otro. Al final, se salvaron los dos, y Orestes reinó en Micenas y Pílades en Electra.

Otras amistades entrañables fueron las vividas entre Rolando y Oliveros y entre Amis y Amilis, ya en los tiempos de Carlomagno.

Más cerca de nosotros, Ratzinger nos ha dejado unas luminosas ideas sobre la fe, como una forma superior de amor, en muchas de sus obras, entre otras en su Introducción al cristianismo. Y me gustaría recordar aquí algunas de esas ideas que no han perdido actualidad.

En la plomiza soledad de un mundo huérfano de Dios, en su aburrimiento interior, ha resurgido la búsqueda de lo divino. Frente al éxtasis sombrío y asolador de la droga, de los ritmos asfixiantes, del ruido y de la embriaguez, se encuentra la luz diáfana y el hallazgo admirable del sol de Dios.

El futuro se construye donde los hombres se encuentran mutuamente con convicciones capaces de configurar la vida. Y el buen futuro crece donde estas convicciones vienen de la verdad y a ella llevan.

Hay, sin embargo, unos escándalos para la vida de la fe hoy:

–La distancia entre lo visible (lo que nos rodea, la realidad palpable) y lo invisible (Dios, la fe).

– La distancia entre el progreso (lo que impulsa hacia el futuro) y la tradición (la fe como algo del pasado, incluso en las vestimentas de los religiosos).

Cada persona humana tiene que tomar postura de algún modo en el terreno de las decisiones fundamentales, y esto solo puede hacerse en forma de fe. Hay un terreno en el que no cabe otra respuesta que la de la fe, a la que nadie puede sustraerse. Todo ser humano tiene que creer de algún modo.

Pero ¿qué es propiamente la fe?

La fe es una forma de situarse el ser humano ante toda la realidad.

El hombre no solo vive del pan de lo factible; vive de la palabra, del amor, del sentido. El sentido es el pan del que se alimenta el hombre en lo más íntimo de su ser. Huérfano de palabra, de sentido y de amor cae en la “ya no vale la pena vivir”, aunque se viva en un confort extraordinario.

Creer en Cristo “significa confiarse al sentido, que me sostiene a mí y al mundo, considerado como el fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo alguno”.

Por eso, no puede negarse que la fe cristiana constituya una doble afrenta a la actitud predominante hoy en el mundo… El primado de lo invisible sobre lo visible y del recibir sobre el hacer, discurre en sentido totalmente opuesto a esa situación predominante hoy.

Pero la fe no significa ponerse a ojos cerrados en manos de lo irracional. Al contrario, es acercarse al “logos”, a la ratio, al sentido y, por tanto, a la verdad misma.

La fe cristiana es mucho más que una opción a favor del fundamento espiritual del mundo. Su enunciado clave no dice creo en algo, sino “creo en ti”, en el carácter inmediato y vigoroso de su unión… con el Padre, en Jesús, el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible y lo lejano cercano; no es un puro y simple testigo… es la presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser a los hombres, se hace presente el sentido del mundo.

“¿Eres tú realmente…?”. La honradez del pensamiento nos obliga a hacernos estas preguntas aunque a muy pocos se les manifiesta lo divino de una forma evidente.

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