Imaginemos esta escena que se desarrolla una tarde cualquiera dentro de una casa normal.
La madre grita al hijo adolescente: – ¡Sigue ignorándome y te voy a pegar!
– ¡Yo te voy a golpear a ti para que dejes de fastidiarme!
La madre rompe en llanto murmurando para sí misma, -ya no puedo más… no puedo más. El hijo se coloca unos audífonos y se encierra en su habitación. Los otros miembros de la familia, el padre y dos hermanos miran a otro lado. Silencio. Su corazón es anegado de dolor, de intensa frustración.
Cada vez son más las familias que experimentan abuso y violencia. Esta dolorosa realidad puede cambiar si nos lo proponemos.
Familias sanas
Deseamos familias sanas y los expertos nos comparten los rasgos que las caracterizan:
- Comunicación abierta y respetuosa
- Límites claros siempre en función del bien mayor para todos en casa
- Interés y apoyo mutuo
- Solución de conflictos de forma constructiva
Preguntémonos sinceramente: ¿Cuál es el clima familiar que prevalece en mi hogar?, ¿Recibo a mis hijos y cónyuge con cariño?, ¿Me preocupo de encontrar un espacio para platicar e interesarme en sus proyectos?, ¿Comunico mis pensamientos y experiencias?, ¿Escucho yo a los demás miembros de mi familia?, ¿En casa nos sentimos valiosos unos para otros?
Sabemos que en el mundo actual no se favorece el tiempo de convivencia familiar, y sin embargo, ¡hay que fabricarlo!. Si existen problemas sociales es porque las familias no están cumpliendo su misión.
Investigaciones en el campo de la psicología han aportado interesantes conclusiones. Mestre, Samper y Pérez (Revista latinoamericana de psicología) explican que las familias sanas garantizan una sociedad sana. Un óptimo ambiente familiar incluye: normas y valores inculcados con ejemplo y cariño. Afirman que las relaciones afectivas positivas con los padres contribuyen a desarrollar un sentido de seguridad y confianza en los hijos.
Generar un clima familiar sano es posible para quienes desean conseguirlo y se preparan para ello. Tener dominio propio y controlar emociones negativas puede lograrse con ayuda adecuada. Cada familia debe ser una escuela de amor y no de guerra. Si nuestra familia no es lo que debe ser, afanémonos en la tarea de transformarla, empezando por nuestro cambio personal.
Dios, clave del éxito en la familia
El primer paso es aceptar que se han cometido errores, enseguida decidirse a buscar ayuda: sanar heridas, adquirir nuevos hábitos, y la clave fundamental: acercarse a Dios.
He visto cambios muy positivos especialmente en aquellos, que con fe, acuden primeramente a Dios.
Su Palabra dice: Esposos, amen a sus esposas (Ef. 5, 25); esposas, respeten a sus maridos (Col. 3, 18); hijos, obedezcan a sus padres (Ef.6, 1); y ustedes padres, no provoquen la ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción del Señor ( Ef. 6, 4).
Nuestro Buen Dios nos pide lo que sabe que podemos dar. ¡Él nos diseñó! Hay medios naturales pero, urgen además los medios sobrenaturales: orar, vida de sacramentos, leer la Palabra, formar familias cristianas transmitiendo y viviendo la fe, educar para amar y servir, ser ejemplo. Este es el único método posible para erradicar el mal de raíz; jamás la violencia ha traído buenos resultados.
Hagamos de nuestro hogar, una verdadera escuela de amor.
“No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estás y cambiar el final” (C.S. Lewis).