¡Qué gran promesa! Se nos ha ofrecido un espíritu de valor, de sano juicio, dominio de instintos irracionales, para conseguir una mente sana, fortaleza moral, sabiduría y paz.
Celebramos al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, lo pedimos en la confirmación, pero no nos damos cuenta de que es la fuerza constante o el “modus operandi” de todos los días en nuestro camino de fe. Porque Jesús fue la semilla de Dios en la tierra, y el Espíritu Santo, la semilla de Jesús en el corazón de cada converso y bautizado.
El regalo del Espíritu Santo
El Espíritu Santo es el regalo supremo de Jesús cuando nos dejó dicho en Juan 14, 16… “Yo rogaré al Padre y Él les dará otro protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, quien ustedes reconocerán y permanecerá con ustedes siempre”. Versículo 26, en adelante, “El Espíritu Santo, el intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho”.
El gran consolador, el traductor y transcriptor del Padre nos recordará, explicará, y enseñará todas las palabras y obras que Jesús dijo e hizo. Si hoy tenemos memoria de Dios y de los Evangelios sobre las enseñanzas y obras de Jesús, ha sido gracias a que el Espíritu Santo ha cumplido con lo encomendado. En otras palabras, en Juan 14 también nos confirma Jesús que el Espíritu Santo es pedagogo, consolador de corazones afligidos, y quien nos ayudará a comprender y recordar lo que leemos en la Biblia y lo que aprenderemos acerca de Dios y Su palabra.
La mente humana tiene la costumbre de recordar más lo negativo que lo positivo; a recordar primero lo que nos ha hecho llorar que lo que nos ha hecho reír. Al Espíritu Santo se le encomendó ayudarnos a recordar las hermosas enseñanzas y hechos victoriosos de Jesús, y también es el Espíritu Santo el gran consolador, consejero divino y ayudante de la gracia de Dios en los intensos momentos de sanación interior de los recuerdos hirientes que nos atormentan.
La ayuda del Paráclito
El Espíritu declara nuestra hambre y necesidad de Dios y nos ayuda a descubrir e identificar nuestra verdadera esencia para orar más acertadamente. Como dice Gálatas 5, 16 “Anden en el Espíritu y así no cumplirán los deseos de la carne”. Es decir, necesitamos al Espíritu Santo para vencer la batalla del dominio de los instintos y las tendencias humanas. La lucha en contra de los deseos de la carne no se trata solo de la lujuria o perversión: también es ir en contra de tendencias al pesimismo, al egoísmo, a la violencia física y psicológica, al apego a las cosas materiales, a la falta de caridad y a la rebeldía espiritual.
En Isaías 11, 2 se nos sigue describiendo el gran regalo del Espíritu Santo: dice, “y reposará sobre Él, el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y temor de Dios”. En otras palabras, es donador de inteligencia sobrenatural, fortaleza, discernimiento, y sentido de reverencia a Dios.
En Filipenses 1,5 san Pablo desea “que haya en todos nosotros los mismos sentimientos de Cristo”. Para amar y compadecernos misericordiosamente como Cristo, vamos a tener que abandonar nuestra naturaleza humana y asumir Su naturaleza divina. De lo contrario lo que nos nace es el egoísmo, el distanciamiento, el juicio severo, y hasta conductas antisociales. El amar al estilo de Dios es aprender a sentir como sentía Cristo y obrar movidos como Él era movido cuando la misericordia protagonizaba todos sus actos.
Vivir en el Espíritu
Vivir en el Espíritu es vivir con valentía, perseverancia, alegría, resiliencia y santidad. Es vivir en nobleza espiritual, con discernimiento sabio, buscando la voluntad de Dios. Es estar dispuestos a entablar grandes batallas con gran valor, tomar dominio sobre lo humano para vivir en la dimensión espiritual. Porque si no espiritualizamos la vida, la vida humanizará nuestra fe. Vivir en la dimensión espiritual es siempre preferir los estilos de Dios, las expectativas de Dios, hablar con el lenguaje de la fe, orar como han rezado las almas puras y santas, y sentir los sentimientos más sublimes que no se manufacturan en las mentes y corazones heridos de seres humanos dañados, sino en la mente e intenciones santificadas que le vemos manifestar a los enamorados de Dios.
Vivir en el Espíritu es ir soltando lo que ya no nos pertenece para ir en busca de lo predestinado. Ir siempre priorizando las decisiones de la vida según el orden divino, optando por la verdad sobre la falsedad, sin preocuparnos por lo que el mundo piense, estime o sugiera; solo lo que quiere y desea Dios. En otras palabras, ser y actuar conforme al diseño y voluntad de Dios.
Los que caminan en el Espíritu siempre aman a Dios reverentemente, destacando la supremacía de Su amor, declarando hambre y sed de Su palabra, de la oración, de los sacramentos, y pendientes a experimentar más experiencias sublimes, espirituales y sobrenaturales.
La sanación del Espíritu Santo
Vivir en el Espíritu es dimensionarse en la vida no por las heridas del pasado sino hacia la visión del futuro: libres de ataduras, dependencias, codependencias y esclavitudes. Porque la única forma que satanás nos mantiene suyo es atándonos a esclavitudes físicas y mentales, para crear en nosotros un espíritu de esclavitud espiritual. Con más razón, necesitamos ser liberados por el Espíritu Santo. El deleite del enemigo es hacernos esclavos; el deleite de Dios es hacernos libres.
El Espíritu Santo, en Su encomienda liberadora quisiera liberarnos de:
1 – recuerdos persistentes de fracasos,
2 – el dolor por el abandono o el engaño del ser necesitado,
3 – el sentido de culpabilidad,
4 – resentimientos y odios perniciosos,
5 – estigmas por abusos, violaciones, actos de violencia,
6 – pérdidas irreparables,
7 – ataduras, vicios, esclavitudes,
8 – pecado personal o daños por el pecado ajeno,
9 – depresión, ansiedad, amargura,
11 – sentido de irrelevancia o crisis existencial,
12 – sentido de desesperanza.
La paz que da el Espíritu Santo
El Espíritu Santo nos regala el gran regalo de la paz del corazón. La paz es la que nos reconcilia con las historias y con los personajes de nuestras historias. Es la paz la que se convierte en capa impermeable del alma ante la injuria, la ofensa, el rechazo, el desamor. Es la paz la hermana de la fe y la autora de la esperanza. Es la paz la que nos otorga la autoridad sobre pensamientos debilitantes y sentimientos militantes. La paz es el puente a la felicidad. Sin paz en el corazón, nadie es feliz.
Vivir en el espíritu es vivir creyéndole a Dios y a sus promesas. Isaías 43,1 dice tan hermosamente, – “yo te he creado. no temas porque yo te he rescatado. te he llamado por tu nombre y eres mío. Si atraviesas un río yo estaré contigo y no te arrastrará la corriente. Si pasas por medio de las llamas no te quemarás pues yo soy Yahvé tu Dios y para rescatarte entregaría a Egipto, Etiopía y Saba en lugar tuyo. porque te amo y eres valioso para mí”.
Cuando vivimos en el Espíritu, podemos experimentar lo que san Pablo dijo en Romanos 8, 31-37, “si Dios está de tu favor, quién estaré en tu contra? ¿Quién te separará del amor de Dios? Ni las pruebas, ni la aflicción, persecución, hambre, angustia, enfermedad, espada, peligro, muerte…de todo esto saldremos más que vencedores…pues nada te podrá separar del amor de dios en cristo Jesús”.
Una vida sana
Cuando vivimos en el Espíritu, podemos profesar lo que impactantemente dijo san Pablo en Filipenses 4, 11-13: “Sé vivir humildemente, y sé tener en abundancia. estoy preparado para todo, tanto para estar saciada como para sufrir hambre, para tener en abundancia como para padecer necesidad. todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Las prescripciones para una vida sana en todos los ámbitos y experiencias humanas, las encontraremos en Gálatas 5, 22-23. Según la Biblia católica, los frutos del Espíritu Santo son doce y se enumeran en Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Continencia, Castidad.
¿Qué más buscamos? Si recibimos al Espíritu Santo, sus dones y frutos, lograremos sentir los sentimientos más puros y genuinos para alcanzar la altura y dignidad de los hijos de Dios. Eso es vivir una vida sana.