Cuentan que en una noche silenciosa 4 velas encendidas hablaban entre sí. La primera dijo: “soy la paz, pero las personas no logran tenerme entre ellas, así que me apagaré”. Así lo hizo. Dijo la segunda: “yo soy la fe, pero en este mundo ya soy como un accesorio, creo que no voy más”, y se apagó también. La tercera se quejó: “yo soy el amor pero las personas desconocen mi importancia, no tiene sentido seguir encendida”. Quedaba la cuarta vela encendida cuando entró a la habitación un pequeño niño. Sintió tristeza al encontrar sus velas apagadas, empezó a llorar cuando escuchó hablar a la cuarta vela que le dijo: “no te preocupes, nada se ha perdido si yo sigo encendida, yo soy la esperanza, úsame para encender las otras tres velas de nuevo”.
¡La esperanza nos mueve a empezar de nuevo!
Las neurociencias conectan de forma directamente proporcional la esperanza con la alegría. Creer en que lo mejor llegará ayuda a enfrentar el día a día con eficacia. Mantiene la actitud alegre pues augura el buen final. El Dr. Rodrigo Ramos Zúñga ha escrito un libro titulado: “Neuroanatomía de la esperanza”. Presenta en él algunos estudios científicos que identifican claramente zonas del cerebro que se estimulan con procesos psicoemocionales como la esperanza y su relación con la alegría de vivir.
Diciembre es un mes que nos llama a la alegría, pues pese a todo, la esperanza resurge cuando nos damos cuenta que el cambio positivo que trae Cristo a cada alma en verdad renueva a las familias y a la sociedad entera. En palabras de san Josemaría: “La alegría es consecuencia necesaria de la filiación divina, de sabernos queridos con predilección por nuestro Padre Dios, que nos acoge, nos ayuda y nos perdona”.
La Palabra de Dios nos llama fuertemente: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu, no desprecien las profecías, sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno, eviten toda clase de mal” (1 Tesalonicenses 5, 16-21).
El ejemplo de mi madre
De forma muy especial, creo que mi madre personifica este llamado. Hace unas horas fui a recogerla al aeropuerto pues vino a casa a pasar unos días con nosotros. Ella tiene el don de la alegría y sabe llevarla a todas partes con sus formidables 82 años de edad.
Llegué al aeropuerto por ella, al verla pude sentir los latidos de su corazón que cantaban el gusto del reencuentro. Su mirada brilla y su sonrisa estalla. Apenas verla ya está contagiando mi corazón… un abrazo entrañable y la palabra dulce: “¡Bienvenida!”
Antes de llegar al auto ya me había enriquecido con sus comentarios tan llenos de esperanza. Me contó que tuvo un encuentro especial con una sabia mujer que viajaba en el mismo vuelo. Al pasar las respectivas revisiones, llamaron a mi mamá para un chequeo extra de su pequeño equipaje de mano. Ella se preocupó, se notó nerviosa y escuchó decir a la señora detrás de ella: “tranquila, todo estará bien”. Y así fue. Solo revisaron y la dejaron pasar enseguida.
Continuaron juntas a la sala de abordar y durante el trayecto platicaron; la linda señora repitió esta frase dos o tres ocasiones más: “todo estará bien”. Mi mamá le preguntó por qué. “Es la más grande enseñanza que me dejó mi abuela” dijo, “Dios es padre de amor y siempre vela por nuestro bien, hay que tener confianza”. Y continuó: “Usted perdió la paz por un minuto y eso debemos evitarlo, ante cualquier contratiempo digamos siempre ‘todo estará bien’”.
Cuando mi mamá terminó la narración me dijo: “Esto dejó alivio en mi corazón. Aprendí algo nuevo y me gustó. Así se lo dije a ella y le di las gracias”.
Para ese momento yo también sentí esperanza. La alegría no es una postura ficticia o ingenua. ¡Es fruto del Espíritu Santo! No debe estar todo bien para que experimentemos alegría, ella es compatible con las adversidades, incluso con el dolor. De forma poética y realista, san Josemaría decía que la alegría tiene sus raíces en forma de cruz. Implica aceptar con paz nuestra realidad, con la certeza de que Dios está ahí para hacer de nosotros mejores personas, para guiar nuestros pasos por el camino de la esperanza, sabiendo con certeza que Él cumple sus promesas.
En este Adviento preparemos el corazón y atendamos a la invitación que nos hace el Papa Francisco en su bula: la esperanza no defrauda. En ella nos llama a vivir un año jubilar que reavive la esperanza. Seamos “aves de buen agüero” y compartamos las buenas noticias, las buenas experiencias, los buenos recuerdos y los buenos anhelos y propósitos. No habrá mejor futuro si no hablamos de él y nos empeñamos en construirlo juntos.