Estamos llamados a ser sal y luz en nuestro mundo actual, por complejo que sea. Debemos preocuparnos por nuestros hermanos y luchar con todas nuestras fuerzas por la regeneración de nuestra sociedad. No lo hemos elegido, pero este es el tiempo que Dios nos ha regalado para que vivamos entre nuestros hermanos los hombres, para que caminemos a su lado. Como le dijo Gandalf a Frodo Bolsón: «No podemos elegir los tiempos que nos toca vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado». Dios nos ha dado este tiempo, y somos responsables de abrir nuevos caminos, además de mantener viva nuestra herencia. Pero entonces, si queremos crear una nueva cultura cristiana que sirva de alternativa a la que ya está surgiendo en nuestro mundo actual, ¿cuáles son los pasos que debiéramos dar?
En mi vida he tenido muchos maestros, como lo fuera Gandalf para Bilbo. Uno al que guardo mayor afecto fue D. Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, con el que tuve el privilegio de trabajar codo con codo como delegado de enseñanza de la diócesis navarra.
Una vez le escuché una idea que me ayudó a situarme en este punto que tratamos. Estaba impartiendo una conferencia en la que precisamente analizaba nuestro mundo y señalaba tres círculos de acción sobre los que debe reformarse una sociedad.
El primero, decía el cardenal aragonés, era el de la conversión personal. Todo debe empezar desde ahí. Si no, cualquier reforma o cambio, se cimentará sobre arena. En un tiempo en el que se clama por la reforma de estructuras sociopolíticas, en realidad lo más urgente es la transformación de las personas, de cada persona, empezando por mi propia conversión.
La segunda parte de la frase de san Agustín nos devuelve a este punto inicial: «Nos sumus tempora; quales sumus, talia sunt tempora» (Nosotros somos los tiempos; tal cual nosotros seamos, así serán los tiempos). Quizá, si miramos a los tiempos que nos toca vivir nos demos cuenta de cómo somos nosotros. Simplemente dándole la vuelta a la frase nos refleja el grado de la vitalidad de los cristianos que vivimos en este tiempo, como lo haría un espejo. Es sin duda, un acicate. Y a la vez nos marca el único camino para recomenzar. Empezar por nuestra conversión.
Este primer círculo me parece especialmente importante hoy en día. La conciencia es el último reducto de libertad en una sociedad en la que existe la posibilidad de dirigir nuestros impulsos conociendo hasta los últimos rincones de nuestra vida gracias al big data (inteligencia de datos). Saben lo que nos gusta, nos sirven contenidos adecuados, personalizados para nosotros, según nuestra edad, lugar donde vivimos, preferencias, etc.
Y tienen la posibilidad de guiar nuestras conductas y configurar nuestro pensamiento. Nunca ha sido tan potente la capacidad de manipulación de las personas. Por eso la auténtica resistencia cultural, la verdadera barrera contra la alienación más radical, es un hombre configurado por Cristo.
El segundo círculo es el de las relaciones cercanas. Empezando por la propia familia, que sin duda es el primer y principal núcleo social. D. Fernando nos llamaba a cuidar nuestra familia y vivir como cristianos, como iglesia doméstica, nuestra vida ordinaria. ¡Cuántas resonancias también me llegaban al oír estas palabras! ¡Y cómo lo hemos tenido que vivir en los tiempos de confinamiento por la COVID-19! La iglesia doméstica se ha hecho una realidad tangible en ese tiempo en que nos encerraron en nuestros hogares; no fue una simple idea teológica.
Ese círculo familiar, esa primera instancia social, es la más importante y fundamental a la hora de generar una nueva sociedad, radicalmente alternativa a la que nos ofrece el mundo actual. Nunca como ahora fue tan impactante el testimonio de ver una familia unida, fecunda, con esposos fieles que se aman en cualquier situación. Hoy en día, este tipo de relación es radicalmente contracultural, pero cimenta la base sólida de una nueva forma de entender la vida.
Regalar a los hijos la vida de la fe es el mejor don que les podemos hacer, pero es también una forma de construir la sociedad del mañana. Transmitir la fe, pasar el testigo de generación en generación, es la mejor evangelización que puede hacer la Iglesia.
Debemos transmitir una fe que sea viva, que enseñe a nuestros hijos a vivir en medio de este mundo y a ser ellos mismos cristianos comprometidos. Muchas veces escucho a padres que viven asustados por el mundo que van a dejar a sus hijos. Me gusta recordar la frase de Abilio de Gregorio: «No te preocupes por el mundo que vas a dejar a tus hijos, sino por los hijos que vas a dejar a este mundo». La educación de los hijos es una gran aportación a la creación de una nueva cultura cristiana.
En este segundo círculo de las relaciones sociales, D. Fernando animaba a que familias cristianas creasen lazos y comunidad con otras familias que tuviesen los mismos criterios, los mismos valores que emanan desde el Evangelio de Jesucristo. Ese es el siguiente paso que hay que dar, el que debemos abordar para construir una nueva sociedad. Tenemos que crear lazos, establecer relaciones entre familias que tengan esa misma visión del mundo para crear una pequeña comunidad en la que ser cristiano sea algo natural.
Pero dando un paso más, D. Fernando nos invitaba a participar, juntos los cristianos, en la sociedad civil más cercana a nuestra vida, la realidad en la que nos vemos inmersos: la comunidad de vecinos, el consejo escolar de nuestros hijos, las fiestas del barrio, el trabajo en la oficina… ¡Cuánta vida podemos dar en todos esos ambientes creando una verdadera corriente que nace desde la Buena Noticia del Señor! Todo se transforma cuando lo viven los cristianos.
Y las comunidades de vecinos pueden ser verdaderamente comunidad y no broncas constantes; las fiestas del barrio pueden ser celebración y unidad, creativas y gozosas; el trabajo puede convertirse en un núcleo de amistad, con lazos estrechos, que van más allá de los meramente económicos.
Este círculo segundo ha sido siempre vital para hacer frente a regímenes totalitarios. Era la lucha cultural que san Juan Pablo II mantuvo, por ejemplo, con su grupo de teatro en la Polonia comunista. Pequeños núcleos de identidad que, por distintos medios, mantienen vivas las raíces y las transmiten a otros.
El tercer círculo es el de la vida política. Cuando ha nacido una nueva cultura, unas nuevas relaciones, una nueva visión de la vida en la sociedad civil, entonces de forma natural nacerá una nueva política. Las grandes relaciones institucionales, los sindicatos, los partidos políticos, los medios de comunicación… todo ello se cristianizará, en verdad, cuando los anteriores círculos tengan vitalidad.
Porque, lo sabemos, la gran tentación es pensar que cuando gane las elecciones un partido político supuestamente cristiano, cuando haya medios de comunicación potentes que puedan llevar el Evangelio como otros difunden sus mensajes, entonces ya estará todo solucionado. Pero la experiencia nos dice que, en el mejor de los casos, esto sería un gigante con los pies de barro que acabaría desmoronándose.
Ese es el camino: construir desde abajo, cimentar bien el edificio, soñar, quizá, con grandes proyectos para el futuro, haciendo las pequeñas acciones que podemos y nos toca realizar en el presente.
Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.