La cultura de la cancelación es un fenómeno que se desarrolla y potencia a través de las redes sociales y busca reprochar a aquellas personas a quienes se atribuyen actitudes o comportamientos que son mal vistos socialmente, aun cuando dichas conductas no constituyan un delito, y con independencia de su veracidad o falsedad.
Paradójicamente, la política de la cancelación tiene sus orígenes en las primeras fases de la Alemania nazi, y se dirigía hacia los judíos y quienes no compartían las ideas del nacional-socialismo. A pesar de los buenos deseos que expresa, no siempre se está utilizado como una herramienta para responsabilizar a los poderosos; sino como una política de dominación y de represión -por eliminación del espacio público- de la disidencia, de quien piensa de otro modo o plantea otras propuestas.
J.K. Rowling, autora de la serie de libros de Harry Potter, fue acusada de tránsfoba por decir que el género se correspondía con el sexo biológico. La escritora firmó, junto a personalidades tan distintas como Noam Chomsky, Saldman Rudshie, Margaret Atwood y Javier Cercas, una larga carta que advierte sobre los peligros de la cultura de la cancelación y el clima de intolerancia, y reivindican el derecho a discrepar de lo considerado como políticamente correcto.
La corrección política no deja de ser una forma de censura y de dogmatismo. Hemos asumido que el no pensar como el otro da derecho a hacer callar, borrar o invisibilizar a alguien. El hecho de cualquier dicho o acto que vaya en contra de lo que nosotros creemos sea anulado, no sólo es inaceptable, sino que también es peligroso en una sociedad libre. Que un grupo social -por amplio que sea- determine qué puede decirse y qué no, limita el debate de ideas y lleva hacia el pensamiento único.
Los ciudadanos somos muy capaces de seleccionar lo que nos interesas y lo que no. Querer eliminar la discrepancia es propio de regímenes autoritarios que ejercen la censura como autodefensa. Por eso intelectuales de todo el mundo están advirtiendo sobre los riesgos de este fenómeno, que acaba atacando los presupuestos de la democracia, particularmente uno fundamental: la libertad de expresión. Cabe preguntarse si cancelar ideas y opiniones de alguien es realmente algo que construye una auténtica cultura democrática. O consigue más bien lo contrario de lo que promete, fomentando la intolerancia, eliminando el derecho a discrepar del discurso -real o supuestamente- dominante.
Catedrática en la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de Cataluña y directora del Instituto de Estudios Superiores de la Familia. Dirige la Cátedra sobre Solidaridad Intergeneracional en la Familia (Cátedra IsFamily Santander) y la Cátedra Childcare and Family Policies de la Fundación Joaquim Molins Figueras. Es además vicedecana en la Facultad de Derecho de UIC Barcelona.