Traducción del artículo al italiano
El hombre es sociable por naturaleza, eso quiere decir que necesita de los demás para desarrollarse de forma integral, no sólo físicamente. El primer ámbito de socialización es la familia. En la familia el niño se descubre a sí mismo como persona diferenciada de los demás, se siente querido en los brazos de su madre, que le acogen. También se siente seguro, cuando el padre juega a lanzarlo al aire, incluso ríe, porque sabe que su padre no le va a fallar, siempre lo recogerá. Así comienza a construir lazos con los más cercanos.
La hermandad es otro ámbito de socialización, que se apoya no sólo en una fe compartida, también en las manifestaciones de la religiosidad popular, que alcanza su plenitud en la Semana Santa. Importa, y mucho, mantener y profundizar esas formas externas de religiosidad, tan variadas según la geografía, que nos hacen compartir raíces con los demás para crecer juntos. Es necesario cuidar esas tradiciones, tan sencillas como decisivas, porque “el amor es simple y a las cosas simples, las devora el tiempo” como explica Chavela Vargas. En algunos lugares se aprecia hoy una tendencia a importar estilos o modos de expresión popular propios de otras regiones, en detrimento de las costumbres propias, y que al ser trasladadas pierden su sentido. No parece que ésta sea una buena idea.
Pero la religiosidad popular no se resuelve exclusivamente en acciones, en actividades, genuinas o importadas. En la obra teatral Fausto, su autor, Goethe, pone en boca del protagonista una afirmación que ha dado pie a numerosos comentarios: «en el principio era la acción», una acción que no tiene más principio y fin que ella misma, por esto Fausto declara que no busca la felicidad, sólo garantizar su compromiso de entrega al movimiento, a la actividad, sin descanso. Todo fin, aquello a que lo que tiende la acción, ha de quedar excluido.
Bastante antes San Juan había afirmado lo contrario: «en el principio era el Verbo», es decir la Palabra, la Verdad. Jesús es el Verbo eterno de Dios que enviado al mundo comunica a los hombres, mediante sus palabras y sus obras la verdad sobre Dios y sobre Él mismo, presentando así la unidad entre la Verdad el Bien y la Belleza, que lleva al hombre, por medio de Cristo, al Padre en el Espíritu Santo, haciéndole partícipe de la Trinidad, en la que culmina la sociabilidad del hombre.
¿Qué tiene que ver ésto con las hermandades?
Ahora se habla mucho de la sociedad líquida, una sociedad sin firmeza en sus convicciones, que asume sin rechistar los criterios que le impongan, de la misma manera que un líquido adopta siempre la forma del recipiente que lo contenga, y que ahora se configura desde un radical antropocentrismo que trata de imponer, como Fausto, la primacía incondicionada de la acción.
En esta situación las hermandades han de superar el bucle de gestionar la rutina, sin plantear nuevos retos, nuevos horizontes. De lo contrario podrían ir deslizándose hacia la acción como un fin en sí misma, sin fundamentación ni orientación a la Verdad, alentando una religiosidad popular que se agota en sí misma, no como base para alcanzar la Verdad, la socialización completa, e influir en la sociedad.
No se trata ahora de que las hermandades propongan soluciones técnicas para la resolución de los problemas sociales, tampoco imponer sistemas, ni manifestar preferencias partidistas, sino de proclamar los principios morales, también los referentes al orden social, así como dar criterio sobre cualquier asunto humano, en la medida que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana.
Los modelos sociales se resuelven en el ámbito de la antropología. No se construyen a sí mismos a partir de la acción, son la consecuencia, no el motor. Por ello es necesario rearmarse intelectual y doctrinalmente. Ahí es donde alcanzan su razón de ser las hermandades, para acometer este desafío. En un escenario político tan líquido como el que vivimos es más necesario aún dotarse de un modelo conceptual sólido.
En resumen: el funcionamiento de las hermandades como ámbito de socialización, no se agota en la realización de actividades, éstas son medio. No se trata tampoco de animar al hermano a ajustar su existencia al cumplimiento de unos compromisos éticos, sino de proporcionarle formación y medios para que su acción revele a una persona ajustada a la Verdad, el Bien y la Belleza y por tanto a su plenitud como persona, como propone Karol Wojtyla en “Persona y Acción” y más tarde Benedicto XVI en su encíclica “Fides et Ratio”.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.