El 15 de agosto celebramos la Asunción de María, una de las fiestas cristianas más populares que se sustenta, sin embargo, en uno de los artículos más impopulares de nuestro credo, el de la “resurrección de la carne”: ¡qué pocos se lo creen!
Resultaría un curioso ejercicio si nos fuéramos a una de esas avenidas comerciales llenas de gente en la que los reporteros suelen hacer las típicas encuestas a pie de calle a preguntar a los ciudadanos por sus creencias en la vida después de la muerte. Muchos nos negarían la mayor; otros tantos afirmarían sin ambages creer en la reencarnación o en la fusión con una ambigua energía cósmica; si acaso algunos se atreverían a hablar de un cielo etéreo ¿con nubecitas y angelitos?; pero pocos, muy pocos, afirmarían con rotundidad creer –como afirma la Iglesia– que su cuerpo; ojo, su propio cuerpo (manos, pies, dientes, hígado, estómago…), resucitará transfigurado al fin de los tiempos para la vida eterna. ¿Creen que la muestra sería muy diferente si la encuesta la hiciéramos en la puerta de una parroquia a la salida de Misa? Tengo mis dudas.
El dogma de la Asunción de María, cuya fiesta hacemos coincidir a mitad de agosto con innumerables advocaciones marianas locales, proclama que la Virgen, al igual que su Hijo, está resucitada en cuerpo y alma y vive ya eternamente con Él. La suerte que corrió María es la misma que nos espera a nosotros. Así nos lo prometió Jesús. Su único privilegio es haber adelantado el momento. Ella no tuvo que esperar, como a nosotros nos toca, al final de los tiempos. Tratamiento VIP para una mujer realmente VIP, nada menos que la madre de Dios.
¿Pero por qué nos cuesta tanto creerlo? Perdónenme que insista, pero el tema me parece muy importante pues toca el cimiento del cristianismo: el sepulcro vacío. Si Cristo no ha resucitado ¿en qué consiste esto de la fe?
Pienso que una de las razones de esta incredulidad es que se trata de algo bastante antiintuitivo. Cuando alguien muere, vemos cómo su cuerpo se corrompe. Aunque leamos las antiguas escrituras, los testimonios de los primeros cristianos y digamos que esperamos la resurrección, no sabemos muy bien cómo será porque lo material desaparece en nuestra dimensión temporal. Mucho más intuitivas son las ideas platónicas que impregnan nuestra cultura y el cristianismo con ella.
La clásica división entre cuerpo mortal y alma inmortal hace que caigamos una y otra vez en una doctrina, la dualista, que es contraria a lo que la comunidad cristiana ha creído históricamente y cree hoy. También se nos adhieren de vez en cuando ideas maniqueas (también contrarias al depósito de nuestra fe) como las que sedujeron a San Agustín y de las que tanto se arrepintió en las que el cuerpo es considerado el origen del mal mientras que el espíritu lo es del bien.
En estas dos doctrinas se basan muchas de las colonizaciones ideológicas que el papa Francisco ha vuelto a denunciar en la JMJ y que impregnan hoy el pensamiento mayoritario. Las jóvenes generaciones, por ejemplo, ven normal entregar su cuerpo en una noche de fiesta a una persona desconocida con quien no compartirían quizá ni su número de teléfono, porque el cuerpo es, al fin y al cabo, solo materia que se comerá la tierra. Es como una realidad distinta a mí.
Por otro lado, cada vez más, hay personas que rechazan su cuerpo porque ven en él el origen del mal que les afecta. Algunas no están de acuerdo con su sexo, otras con su silueta o su rostro. Se ven como almas puras (en las que no cabe la equivocación) atrapadas en un cuerpo (este sí) equivocado y están dispuestas a mutilarlo o a forzarlo hasta lograr que tenga la forma o el uso que ellas creen perfecta. También se da el caso de quienes piden que sus cenizas se esparzan en tal o cual lugar idílico como una forma en definitiva de dejar de ser ellos mismos y unirse a un impersonal universo.
Frente a estas formas de dualismo, maniqueísmo o materialismo prácticos, la Iglesia afirma que el ser humano es a la vez un ser corporal y espiritual. Cuerpo y alma tienen dignidad. De ahí el secular respeto al propio cuerpo y al del prójimo incluso después de muertos. Pues la carne no es una especie de funda o cáscara desechable, sino que es, en sí misma, el ser humano, la obra perfecta del creador, templo del Espíritu Santo.
«¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!, pedía san Pablo a los Corintios. En eso fue pionera María, poniendo su carne, su vida entera, al servicio de Dios y la humanidad. Y por eso conmemoramos que su carne es ya inmortal. Un consejo para celebrar esta fiesta: mírense al espejo, contemplen cada detalle (les guste o no) pensando, como María, que si Dios lo ha querido así: “He aquí la esclava del Señor”. Miren sus manos, acérquenlas a su boca y bésenlas: ellas les acompañarán en la eternidad. Y glorifiquen a Dios con ellas: júntenlas para rezar, extiéndanlas para abrazar a quien necesite cariño o consuelo, alárguenlas para ayudar a quien lo necesite y chóquenlas para aplaudir a María en su asunción al cielo. Ella nos espera (allí y aquí) en cuerpo y alma.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.