Hay que ser muy valiente para hacer lo que ha hecho la cantante canadiense en su documental «I am: Céline Dion» (Prime). Su testimonio llena de dignidad la enfermedad y el dolor. Temas tabú en nuestra sociedad occidental, pero de los que hay que hablar.
La película, dirigida por Irene Taylor, nos muestra la cara más humana de la exitosa y multimillonaria artista: sin maquillaje, en ropa de andar por casa, sin ningún glamour, la persona en su más cruda realidad. Una crudeza que pasa por padecer desde hace 17 años un rarísimo síndrome conocido por sus siglas SPR (Síndrome de la Persona Rígida) que le provoca rigidez muscular y dolorosos espasmos que la incapacitan no solo para continuar con su carrera musical como estrella internacional sino para los más básicos quehaceres de la vida ordinaria.
«I am» nos permite admirar su belleza, su éxito y su prodigiosa voz con fragmentos de sus mejores actuaciones y, a la vez, contemplar a la misma persona en sus momentos de fracaso, de dolor, de incertidumbre. ¿Cuál de las dos historias de Céline es la buena y cuál es la mala? ¿Se pueden separar ambas? ¿Qué es más admirable de ella, su increíble modulación de voz mientras interpreta My heart will go on o el indescriptible gemido con el que soporta la terrorífica crisis espasmódica que, durante seis interminables minutos, nos muestra en su documental?
Una sola historia, una sola persona dotada de una dignidad infinita en cualquier circunstancia, en cualquier situación, porque el dolor, la enfermedad o el sufrimiento moral forman parte de la vida humana, de toda vida humana, y no son incompatibles con la felicidad.
En un mundo atiborrado de ibuprofenos y paracetamoles, el más mínimo dolor nos parece insoportable. También tenemos empacho de las llamadas «medicinas del alma» como los ansiolíticos o los antidepresivos, porque hemos bajado al mínimo el umbral del sufrimiento psicológico.
Siempre me ha llamado la atención el testimonio de los misioneros que trabajan en las zonas más pobres y abandonadas del planeta cuando destacan la alegría de las personas a las que sirven en contraposición a la tristeza de la gente de nuestro primer mundo. También es paradójica la alegría esencial de los niños que han padecido una discapacidad desde muy pequeños o la de las monjas de clausura cuyas vidas están llenas de privaciones.
¿No será que, tratando de huir a toda costa de cualquier sufrimiento, en realidad lo que conseguimos es vivirlo con más angustia? ¿Qué es peor, el dolor o el miedo al dolor? ¿Qué produce más sufrimiento, contemplar la aguja hipodérmica acercarse al brazo o el pinchazo en sí gracias al cual podremos evitar una enfermedad e incluso la muerte?
Evitar el más mínimo dolor termina yendo contra nosotros mismos, perjudicando nuestra forma de afrontarlo cuando este se presenta de forma seria. Apartar el sufrimiento de nuestras vidas nos impide madurar y comprender nuestra naturaleza humana y, por tanto, vulnerable. Por eso creo que este documental es tan necesario, porque desenmascara la falsedad de este mundo enfermo de felicidad instagrameable que lleva a tantos a la desesperación e incluso al suicidio. I am Celine nos regala un baño de humanidad frente a la burbuja de vanidad a la que nos han llevado las redes sociales.
Y no, no se trata de regodearse en el sufrimiento de los ricos y famosos para hacer más llevadera nuestra vida gris, ni de ensalzar el sufrimiento por una especie de masoquismo, sino de contemplarlo y afrontarlo, sin esconderlo, como misterio que pertenece a la esencia del hombre. Un misterio que se ilumina a la luz de Jesucristo. Él, como Buen Samaritano, nos enseña cómo paliar el dolor de las personas que sufren a nuestro alrededor. Por eso acompañar, cuidar y curar han sido históricamente verbos elevados a grado heroico por quienes se creyeron el «a mí me lo hicisteis»; y, por otro lado, el Crucificado nos invita a ser partícipes de sus sufrimientos y a completar con nuestro propio padecimiento lo que le falta al suyo.
En Salvifici Doloris, san Juan Pablo II resumía así este doble aspecto del sentido del sufrimiento: «Cristo, al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre».
Y es que el dolor de Céline Dion, como el suyo o el mío, puede transformarse en vida con el poder de Jesús. Es el poder de entregarse por los demás o, como reza uno de los mayores éxitos de nuestra querida cantante, El poder del amor.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.