TribunaGuillermo Hurtado Pérez

El mensaje del Papa en México

En México, Francisco ha dejado un mensaje: es posible cambiar, trabajar juntos para conseguir una realidad mejor; un mensaje que no vale sólo para México. Y queda una imagen perdurable: la del Papa rezando en silencio frente a la Virgen de Guadalupe.

7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El Papa Francisco estuvo en México sólo cinco días. Pero si examináramos todo lo que dijo durante su visita, quedaríamos asombrados por la diversidad y riqueza de su mensaje. De todos los viajes de Francisco, el de México ha sido, sin duda, el más rotundo: una especie de compendio de los temas de los que se ha ocupado en su pontificado. El Papa tuvo la oportunidad de hablar sobre cada uno de los asuntos que han estado en el centro de su agenda: exclusión,  ecología, migración, familia. Pero en esta ocasión añadió otros a la lista y ofreció una visión interconectada de todos ellos a la luz del Evangelio.

Quienes esperaban un beneficio político de su viaje quedaron decepcionados. Con mucha habilidad, el Papa logró escabullirse de quienes querían aprovechar su visita para llevar agua a su molino; me refiero a ciertos individuos y grupos dentro del gobierno federal, los gobiernos locales, los partidos políticos, los grupos de oposición, los medios de comunicación, las grandes corporaciones. Lo más importante de su visita pastoral no estuvo en el orden político sino en el orden moral y, sobre todo, espiritual.

El Papa no dijo nada que no supiéramos sobre los problemas de México: sus males saltan a la vista. México es una nación agobiada por la pobreza, la corrupción y la violencia. En consecuencia, muchos mexicanos –afortunadamente, no todos, sería injusto generalizar– han caído en el letargo, la indiferencia y el fatalismo. Pero quizá el peor de nuestros vicios sea el cinismo. En los auditorios abarrotados en los que Francisco ofrecía este grave diagnóstico, la gente que debería sentirse aludida, cantaba y aplaudía, como si el Papa hablara de otro país, de otro planeta.

Ante este escenario desalentador, Francisco ofreció el mensaje imperecedero de Jesucristo: pon a Dios en el centro de tu vida, ama a tu prójimo, aprende a perdonar, no negocies con el mal. México es un país mayoritariamente católico. Se esperaría que estas reglas de vida fuesen conocidas por todos o por casi todos. Sin embargo, la triste verdad es que México está lejos de Jesucristo. ¿Quiénes son los responsables? Se podría señalar a malos elementos dentro del gobierno, la oligarquía, las élites intelectuales e incluso la jerarquía eclesiástica. Pero no creo que sirva de mucho buscar culpables. De alguna manera, todos los mexicanos compartimos, en mayor o menos medida, la responsabilidad de nuestras miserias. En vez de lamentarnos de nuestras desgracias tendríamos que mirar hacia el porvenir. Esto es lo que nos invitó a hacer el Papa Francisco: a dejar atrás el conformismo, a creer en la posibilidad del cambio, a trabajar juntos para construir una mejor realidad. Hay mexicanos que ya están entregados a ese proyecto. Ojalá que el mensaje del Papa motive a otros para caminar en esa ruta de esperanza.

No sería fácil elegir el momento más importante del viaje del Papa Francisco. Las misas en San Cristóbal de las Casas –dedicada a los pueblos indígenas– y en Ciudad Juárez –dedicada a la migración– fueron muy emotivas y de un poderoso contenido social. Las dos ciudades son extremos geográficos de México que simbolizan, también, el carácter extremo de la realidad de la nación. Desde antes de su llegada, Francisco subrayó la importancia que tendría su peregrinaje a la Basílica de Guadalupe. Quizá la imagen más perdurable de su estancia sea la del Papa orando en silencio frente a la Virgen. México es un pueblo afortunado por la presencia permanente de la Virgen María de Guadalupe. En los momentos más duros de nuestra historia, ella ha ofrecido consuelo a los más necesitados. También ha sido un agente unificador de la nacionalidad. No se entiende a México sin la Guadalupana. Pero entonces surge una pregunta perturbadora: ¿por qué si los mexicanos somos tan guadalupanos nos hemos distanciado de Jesucristo? ¿Acaso hemos sido malos hijos de la Virgen? ¿Acaso hemos abusado de su misericordia? Es difícil no suponer que hay algo de verdad en estas conjeturas. Sin embargo, también sería injusto no reconocer las difíciles condiciones históricas en las cuales los mexicanos hemos tenido que luchar contra todo tipo de adversidades. Como dijo Francisco, México es un país muy sufrido.

México es el segundo país del mundo con más católicos. Más allá de los incidentes particulares del viaje del Papa Francisco a esa nación, una evaluación completa de su visita tendrá que tomar en cuenta el contexto integral de su pontificado. Mientras tanto, no perdamos de vista que lo que dijo el Papa Francisco en México no sólo vale para México: es un mensaje universal que deberá ser escuchado por toda humanidad. México le dio al Papa la oportunidad única de formular un discurso que debe servir de guía a un mundo como el nuestro hundido en la incertidumbre y la desesperanza.

El autorGuillermo Hurtado Pérez

Filósofo, Universidad Nacional Autónoma de México.

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