El equilibrio y la armonía

En cualquier organización de personas, como una hermandad, es más importante llegar a la armonía, trabajando todos juntos en la consecución de un proyecto común.

3 de agosto de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
hermandades

Ese es el título de un breve libro del filósofo francés Gustave Thibon publicado hace casi cuarenta años y que ha tenido numerosas ediciones. Recoge una selección de textos breves en los que trata problemas de la vida cotidiana con sencillez y, al mismo tiempo, con gran profundidad.

En el texto que da título al libro explica la diferencia entre el equilibrio, que es la situación que se produce cuando fuerzas contrapuestas se anulan entre sí, y la armonía, en la que varias fuerzas de diferente intensidad y sentido convergen en un proyecto común. En el equilibrio hay tensión contenida, hablamos de “equilibrio nuclear”; en la armonía la combinación de fuerzas diversas produce una situación mejor que la de partida, como en el caso de una sinfonía.

En cualquier organización de personas, como una hermandad, es más importante llegar a la armonía, trabajando todos juntos en la consecución de un proyecto común sin renunciar a lo singular de cada aportación, que conseguir un equilibrio derivado de un contrapeso de poderes dentro de la hermandad y entre ésta y la Iglesia institucional.

Para que una organización funcione correctamente es primordial que tenga bien definida su misión, su razón de ser. La misión de una hermandad es formar a sus hermanos, promover el culto público, fomentar la Caridad e influir en la sociedad con espíritu cristiano. Son organizaciones de personas que colaboran con la Iglesia, bajo su supervisión, en el desempeño de su misión evangelizadora. Dirigir una hermandad es conseguir que funcione una organización que atiende a cientos o miles de asociados, de hermanos. Eso exige algo más que entusiasmo y buenas intenciones.

Poner el énfasis en estos temas no es rebajar la actividad de las hermandades, reduciéndolas a empresas desprovistas de alma, todo lo contrario, es garantizar que el sentimiento y la doctrina van a poder discurrir por vías expeditas.

En la dirección de la hermandad se distinguen dos ámbitos de actuación: por una parte los procesos de gestión comunes a cualquier organización de personas: la llevanza de una contabilidad y gestión financiera homologable con las de cualquier otra organización, que avale su sostenibilidad; también una definición de procesos administrativos que garanticen la atención a los hermanos y una política de comunicación que ayude a reforzar la imagen real y percibida de la hermandad, contribuyendo a su reforzamiento.

El otro campo de trabajo es el de las actividades que ha de llevar a cabo para cumplir su misión. Abarca la formación de los hermanos, el fomento de la caridad y la promoción del culto público. Eso supone la organización de sesiones de formación, montaje de altares, organización de cultos, la atención a los desfavorecidos desde la Comisión de Caridad.

Se configuran así dos líneas de trabajo complementarias en las hermandades: la gestión administrativa y la realización de actividades. Ninguna ha de prevalecer sobre la otra. Explicaba Aristóteles aquello de que la virtud está en el punto medio; pero un punto medio que no se obtiene del equilibrio entre tendencias opuestas, sino de la armonía entre elementos distintos que se complementan y nos sitúa en un punto medio que está en un plano superior al de los dos extremos.

Urge superar el bucle de gestionar la rutina, es preciso plantear nuevos horizontes, evitando a las hermandades participar, por acción u omisión, de las crisis sociales; para ello la gestión y actividades han de ser la manifestación externa de una sólida formación que se adquiere con exigencia y esfuerzo. Si no hay formación, no hay fundamentos y se proyectan acríticamente los prejuicios propios en el análisis de la realidad, lo que resulta demoledor. En un escenario social tan líquido como el que vivimos es necesario dotarse de un modelo conceptual sólido que dé respuesta frente a los desafíos permanentes, es necesario armar y reforzar una cosmovisión propia, una cosmovisión cristiana basada en la revelación divina, que perfecciona a la razón.

De esa cosmovisión se deducen una serie de afirmaciones decisivas: el concepto de persona, su libertad, su capacidad de realización personal, de amor, de felicidad y de posesión de Dios. Todo un universo nacido de la cultura cristiana y que se sostiene sólo dentro de ella. Si las hermandades, quienes las dirigen, no participan de esa visión global de la realidad difícilmente podrán llevar a cabo su tarea. Serán, a lo sumo, buenos gestores de unas organizaciones sin raíces y, por tanto, sin futuro.

El autorIgnacio Valduérteles

Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.

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