El discurso del odio puede ser rechazado: con la ‘disputa feliz’

El diálogo enriquecedor en las redes sociales sólo es posible haciendo un esfuerzo personal por evitar las confrontaciones directas y con el espíritu abierto para asumir opiniones ajenas. 

17 de julio de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
conversacion

Foto: Felicia Buitenwerf/ Unsplash

Todos los días, y esto no es nuevo, tenemos experiencia de conversaciones polémicas en la red en las que cada uno trata de imponer su punto de vista sobre cada tema que se debate en la opinión pública, desde las vacunas hasta el partido de la selección nacional de fútbol de cada uno, desde cuestiones delicadas, que pertenecen a la esfera espiritual, hasta opciones políticas que, a menudo, son contraproducentes. Todo se atribuye, como leemos, al contenedor de la incitación al odio.

Esto se debe a que cada uno de nosotros tiene una capacidad innata de persuasión (querer convencer al otro de la «bondad» de nuestras ideas) pero priorizamos el resultado en lugar del camino para llegar a él. Olvidamos que el espíritu del debate es precisamente el de no poner nunca un «punto final» a la discusión, sino el de alimentarla continuamente con nuevas opiniones, puntos de vista y estímulos, en un proceso de contra argumentación constante y fructífero para cada uno de los contendientes.

Cada uno de nosotros tiene una capacidad innata de persuasión pero priorizamos el resultado en lugar del camino para llegar a él.

Giovanni Tridente

¿Cómo es posible entonces disentir en una conversación, generar un debate que pueda ser realmente persuasivo para los interlocutores y la audiencia, sin caer en las “desviaciones» de la argumentación? La propuesta del filósofo italiano Bruno Mastroianni, contenida en su libro La disputa feliz Cómo disentir sin pelearse en las redes sociales, en los medios y en público (Rialp) tiene como principio rector «mantener la atención, la energía y la concentración en las cuestiones y los temas en cuestión, sin romper la relación entre los dos contendientes, precisamente para nutrirse de la diferencia que surge», subraya Mastroianni.

La disputa feliz implica actuar en tres niveles para crear un clima propicio a la confrontación y a la buena persuasión. El primer nivel es superar la mentalidad de confrontación a la que nos han acostumbrado los medios de comunicación. El segundo nivel consiste en elegir, conscientemente, formas específicas de expresión en la conversación con el otro, evitando, por ejemplo, la disociación («esto no es así», «esto está mal», «esto es falso»), la indignación («no voy a tolerar que se diga esto», «esto es inaudito»), los juicios ad hominem («estás equivocado», «no lo entiendes»), las generalizaciones («esto es típico de vosotros, los católicos/ateos/extranjeros/profesores») o el discurso de odio… ya que todos éstos son enfoques de confrontación que tienen un efecto beligerante en el oyente.

Por último, hay que aprender a dejar de lado las expresiones que provocan una reacción hostil en el otro ejerciendo, cuando sea necesario, un saludable «poder ignorar», conscientes de que, a menudo, y especialmente en la red, la “no respuesta” es, en sí misma, un mensaje, probablemente incluso más eficaz que una reacción explícita a la provocación recibida.

En un libro posterior –Litigando si impara, por el momento sólo en italiano-, Mastroianni va más allá y resume las principales virtudes de la argumentación en los dedos de la mano, con una imagen que consideramos exitosa, sugiriendo que la disputa feliz es algo «al alcance de la mano» y que cualquiera puede ponerla en práctica.

El dedo meñique recuerda la humildad, el valor de los límites, para decir que «somos capaces de sostener sin pelearnos sólo lo poco que somos y lo que sabemos»; el dedo anular, el del anillo de bodas, recuerda el vínculo, por lo tanto el valor de la confianza para no dispersarse mientras se disiente, conscientes de que hay que «cuidar ante todo la relación entre las personas»; el dedo corazón recuerda, en cambio, la necesidad de rechazar la agresión, desactivando los insultos y las provocaciones para mantenerse en el tema de la disputa; el dedo índice es el que elige en qué centrarse y, por tanto, está estrechamente vinculado al tema, siempre que sea objetivo, concreto, relevante y coherente; por último, el dedo pulgar, el dedo del “like” en las redes sociales, es valorado realmente cuando en la disputa, el dedo se orienta hacia uno mismo, como una forma de autoironía, es decir, tener la capacidad de vivir las cosas con desapego sin tomarse demasiado en serio las opiniones propias y ajenas, en definitiva.

Todo ello a sabiendas de que la disputa, para ser verdaderamente feliz, debe ser continua, porque no hay temas que no puedan ser discutidos y no hay verdad que no pueda ser encontrada por medios retóricos, siempre susceptibles de nuevos acuerdos y nuevas reformulaciones.

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