Sobre el papel, la etapa Vigo-Redondela es relativamente sencilla, pero algo me decía que aquella iba a ser una jornada complicada. Efectivamente, la ampolla de la planta del pie empezó a levantarse y una lluvia fina pero helada comenzó a ensombrecer el soñado e idílico caminar entre pinos y robles con vistas al Atlántico. La cena de la noche anterior no me había sentado muy bien y algunas sensaciones intestinales me hacían prever alguna que otra parada de urgencia en el trayecto. Maldije la hora en que dije que sí a aquella peregrinación a Santiago.
A los pocos kilómetros, me desligué del grupo de forma que solo podía oír mi respiración y el ligero crepitar de las finas gotas sobre la capucha del chubasquero.
Tras una curva en la que el sendero se estrechaba y el bosque se hacía más espeso, me zambullí en una espesa niebla y, al instante, escuché que alguien me llamaba:
–Psst, ¡Para ya!
–¿Perdona? –Contesté sin saber muy bien hacia donde mirar.
–¡Déjalo ya, hombre! ¿No ves que estás descompuesto, herido, mojado y solo? Muy cerca de aquí hay una parada de autobús. Pillas uno y en 20 minutos estás en el albergue tomando una cerveza.
La voz me era muy familiar, me recordaba a la de mi mejor amigo del instituto. Nos pusimos a charlar y parecía, efectivamente, conocerme de toda la vida. Me dio la razón en casi todo y me sugirió algunas soluciones brillantes para algunos problemas de mi vida. De repente, la niebla se disipó y, frente a mí, apareció la parada de autobús. ¡Qué visión más estupenda!
Mientras esperaba, me acerqué a una fuente cercana a rellenar de agua fresca mi botella. Había allí una chica haciendo lo mismo que, nada más verme, me preguntó:
–¿Qué? ¿Ha charlado ya con la voz?
–Ehh, ¿qué voz?
–Vamos, no se haga el despistado, la voz esa… –sonrió, dándose golpecitos con el dedo índice en la sien–
–Es una voz que te dice que el sufrimiento no tiene sentido, que no vale la pena plantearse grandes metas, que lo único que cuenta es disfrutar del aquí y del ahora, que hay soluciones fáciles para todo… Mire, el camino es una metáfora de la vida. Si tira la toalla aquí, la tirará en la vida. Si sale adelante aquí, saldrá en la vida. ¡Buen camino! –Se despidió, echándose de nuevo la mochila al hombro y emprendiendo la marcha.
De vuelta a la parada, las palabras de la chica me hicieron reflexionar sobre mi falta de fe cuando las cosas no marchan como yo quiero. Tanto fue así que, cuando apareció el bus, lo dejé pasar y continué la etapa y el camino hasta el final.
Estamos en época de plantearnos qué hacer este verano. No hay que olvidar que este año coinciden el Año Santo Compostelano y el Año Santo Guadalupense. Cualquiera de estas dos peregrinaciones, nos ofrecen la posibilidad de caminar en la naturaleza sin aglomeraciones, tiempo para reflexionar, para poner en orden las ideas, tiempo para creer… Si está atravesando una nube espesa, olvide otras voces y vaya a buscar la voz del Señor. Quizá la escuche, como me pasó a mí, junto a una fuente cualquiera, en el camino de la vida.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.