En esta Jornada Mundial por el Cuidado de la Creación, había que hablar de la tala del ficus de la parroquia de San Jacinto de Sevilla. El algoritmo de Google News seguro que le ha bombardeado a usted también estos días con las múltiples informaciones y artículos de opinión que han suscitado los dimes y diretes de la noticia.
Si aun así es la primera vez que escucha hablar del tema, le pongo en antecedentes: una comunidad parroquial, de acuerdo con su obispado, con la provincia de la congregación religiosa que la sirve, con las asociaciones de vecinos y fuerzas vivas del barrio donde se encuentra y con el ayuntamiento socialista de la localidad; decide, tras años de estudios y búsqueda de alternativas, talar un árbol cuyo crecimiento desmesurado ha provocado accidentes con heridos de gravedad por caídas de enormes ramas y amenaza con destruir el multisecular templo (declarado Bien de Interés Cultural) pues ha provocado daños en sus cimientos y estructura.
A pesar de ello, un movimiento ciudadano en pro del ficus, con recogida de firmas y activistas encaramados a las ramas del árbol, logró hace unos días que un juez paralizara de forma cautelar su tala antes de que esta acabase definitivamente con el majestuoso ejemplar. El hecho habría pasado desapercibido si no hubiera dos circunstancias que la han convertido en carne de titular: en primer lugar, el haber acaecido durante el mes de agosto, convirtiéndola en una serpiente de verano, que es como llamamos en el ámbito periodístico a las noticias de relativa poca trascendencia que se alargan en periodo estival debido a la sequía informativa propia de la temporada; y en segundo lugar, por estar implicada la Iglesia Católica, ingrediente picante que la hace irresistible para el adictivo salseo. No les quepa duda de que el tema no habría salido de la prensa local si el propietario hubiera sido una comunidad de vecinos, un particular, una empresa o una institución pública o privada.
Cuando escribo este artículo, desconozco el último capítulo del culebrón, pero el caso me da pie a reflexionar sobre la doctrina de la Iglesia en torno al cuidado de todas las criaturas que reflejan, «cada una a su manera –como dice el Catecismo– un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios».
En Caritas in veritate, Benedicto XVI afirmaba que «La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo». Este concepto es desarrollado posteriormente por Francisco en su encíclica ecológica, Laudato Si’ bajo el término “ecología integral”, que no es otra cosa que incorporar al cuidado de la creación las dimensiones humanas y sociales.
Cuando la vida de los animales y de las plantas se pone por encima de la de las personas y de los pueblos, el amor a la creación se convierte en una monstruosidad, una idolatría. La historia está plagada de pueblos que cayeron en esta adoración a las criaturas que terminó volviéndose contra sí mismos despreciando su propia vida. Es lo que Chesterton nos recordó hace ya un siglo acuñando la frase, hoy actual, de que: «donde hay adoración animal, hay sacrificio humano».
Cada una de las criaturas del planeta tenemos una misión y nos corresponde ejercerla. Al ser humano, Dios le ha dado el don de la inteligencia, por eso le ha encomendado “someter” la tierra. La correcta interpretación del libro del Génesis nos explica que este dominio no es el de un explotador salvaje de la naturaleza, sino el de un lugarteniente de Dios, el de un administrador que debe rendir cuentas ante el dueño de la viña. Este dominio responsable nos lleva a tener que tomar decisiones a veces dolorosas pero necesarias para el bien común.
Caminemos, como nos pide la Iglesia, hacia la necesaria conversión ecológica que busca, en definitiva, el bien de la humanidad entera. Y alabemos al Señor, con San Francisco de Asís, por todas las criaturas, en especial por esa cuya existencia en nuestros tiempos sí que parece estar en peligro de extinción: la inteligencia humana.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.