Hace pocos días leí con interés la noticia sobre la aprobación de una ley para la protección integral de los menores en Internet.
Uno de los objetivos que se persigue es limitar el acceso a la pornografía por parte de menores. Se está trabajando concretamente en el desarrollo de un sistema piloto de verificación de la edad para el acceso a páginas web de contenido para adultos.
Según los estudios de organizaciones expertas, 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía de forma regular en España, y el 53,8% de los jóvenes entre 12 y 15 años afirma haber visto pornografía por primera vez entre los 6 y 12 años.
Se sabe también que el acceso precoz a este tipo de contenido tiene graves consecuencias: distorsión de la percepción de la sexualidad, desarrollo de comportamientos inapropiados y violentos, impacto en la forma en la que establecen relaciones de intimidad, etc. Además, se sabe que existe un grave riesgo de caer en la adicción.
Sin embargo, limitar el acceso a estos contenidos sin educar el corazón es simplemente poner un parche.
El modelo educativo en esta materia, al menos en la escuela pública, aboga por una visión de la sexualidad liberal, desvinculada de cualquier criterio ético: promueve desde edades tempranas una información descontextualizada, enseña a los jóvenes a dejarse llevar por sus impulsos, fomenta una sexualidad de divertimento, que no los prepara para amar.
La propia realidad, como los recientes casos de violaciones, revelan cada vez más las consecuencias de no abordar correctamente este tema. Pretendemos de los jóvenes conductas heroicas, para las que no les estamos capacitando.
Los poderes públicos parecen perdidos en la ideología, y no saben -o no quieren- ver la realidad. Piensan que las agresiones se evitarán prohibiendo conductas o endureciendo los castigos, cuando en realidad, si no se educa el corazón, si no enseñamos a los jóvenes a amar, poco se conseguirá.
A amar se aprende amando. Y de quien mejor se aprende es de quienes nos aman de manera incondicional. Por eso el papel de la familia en la formación de la afectividad es determinante. No solo explicando los contenidos, sino principalmente a través del modelo que ofrecen a sus hijos e hijas con su propio estilo afectivo.
Si los padres y la escuela no cumplen con esta función se está dejando vía libre a la búsqueda de información en internet, las redes sociales o los iguales.
Catedrática en la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de Cataluña y directora del Instituto de Estudios Superiores de la Familia. Dirige la Cátedra sobre Solidaridad Intergeneracional en la Familia (Cátedra IsFamily Santander) y la Cátedra Childcare and Family Policies de la Fundación Joaquim Molins Figueras. Es además vicedecana en la Facultad de Derecho de UIC Barcelona.