“¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué hago con mi vida? ¿A dónde voy?” Son las preguntas humanas de siempre que ni el humanismo, ni las ciencias, ni la tecnología son capaces de contestar. En cada época, los pensadores nos las vuelven a poner delante y suenan siempre igual. Hasta donde esos pensadores han podido llegar, con diversos acentos, nos proponen que seamos humanos, que seamos lo que somos; en definitiva, que nos encontremos con nosotros mismos.
Sin embargo, esas respuestas de los filósofos y pensadores nos siguen dejando, en el fondo, vacíos y las nuevas generaciones continúan preguntándose: “¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene mi estar en el mundo? ¿A dónde voy?”
Son preguntas que inquietan en lo profundo al ser humano; son preguntas muy serias; son preguntas que nos comprometen hasta la médula. Sin embargo, esta seriedad y compromiso, en vez de atraernos en busca de la verdad última de nuestro ser, parece como si quisiéramos evitarlas, esquivarlas u ocultarlas, no se sabe dónde.
Quizás lo que más distingue a nuestra época es la superficialidad, el querer olvidar o inutilizar el espíritu crítico, el quedarse como sin fuerza de voluntad para afrontar esas preguntas, el dejarse caer en el nihilismo, el no querer escuchar la conciencia; en definitiva, como el no tener fuerzas para enfrentarse con la dimensión espiritual y moral de nuestro ser personas.
Hay vídeos impresionantes de algunas calles de ciudades de Estados Unidos -pero no sólo-, en las que aparecen personas como zombis, destruidos moral y físicamente por la droga y la prostitución.
¿Será que hemos construido toda una civilización fundamentada, no en lo que somos, sino en lo que poseemos? ¿Será que el éxito y el prestigio social se anteponen a todo y nos dejan en un inquietante vacío existencial? Algún autor ha definido nuestro tiempo como “un páramo espiritual”. Es urgente apelarse a cada persona humana para que cultive la dimensión “contemplativa” de su ser, para que sea “verdaderamente libre”.
La persona “superficial”, que no piensa por sí misma, sino que se deja llevar por ideologías, en apariencia dominantes, tendrá mucha dificultad para hacerse esas preguntas, de cuyas respuestas acertadas depende su felicidad. No olvidemos que culturalmente somos hijos de la Ilustración, la cual, con aspectos positivos y aciertos, ha cultivado, sin embargo, un racionalismo desconectado de la realidad trascendente de la persona humana, llevándonos a la postre a un gran vacío espiritual.
Siguen en pie aquellas palabras luminosas de Jesús: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31).
Jesús nos asegura que existe la verdad; nos confirma lo que ya percibimos con claridad en nuestro interior, es decir, que la verdad sólo puede ser una, aunque las mentiras o “medias verdades” sean muchas; nos ratifica que su Palabra es la verdad.
Ahí está, para quien la pida con humildad, la respuesta a esas preguntas permanentes del ser humano.