El sacerdote, teólogo y helenista español Josep Vives Solé, S. J. (1928-2015), en su obra «Creer en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo» (1983), ofrece un sencillo trabajo de síntesis sobre Dios, desde la filosofía al Dios mostrado por Cristo a su Iglesia.
Desde la metafísica se puede hablar de Dios: como fundamento de todos los seres que no tienen en sí mismos su total razón de ser; como la verdad incomprensible que sustenta las verdades que comprendemos; Aquel de quien afirmamos su existencia sin conocer su esencia; Al que lo explica todo, sin que Él mismo haya de ser explicado; A quien, al no depender de nada tampoco puede ser demostrado, probado o conocido a partir de nada; al Inidentificable, el Indenominable, el Indelimitable, el Indescriptible; A quien no conocemos como las cosas que conocemos; al Misterio que afirmamos sin conocerlo; A quien tiene que ver con nuestra realidad pero no puede ser comprendido adecuadamente desde nuestra realidad.
Pero Dios se ha revelado por Jesucristo a su Iglesia: Dios se ha comunicado y ha entrado en la historia al final de una línea continua de comunicaciones a los hombres:
“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos, el cual siendo resplandor de su gloria e impronta de su esencia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado” (Heb 1, 1-4).
En la historia bíblica, condensada en este pasaje, Dios es primordialmente Quien actúa con su palabra y Quien se comunica en su actuar.
En el Nuevo Testamento, Jesús y el Espíritu revelan al Padre; y el Padre se comunica realmente en el Hijo y el Espíritu. Las misiones históricas del Hijo y del Espíritu implican los procesos eternos del mismo Hijo y del Espíritu con el Padre: Dios no podría expresarse en el orden temporal enviando el Padre a su Hijo y al Espíritu, si no fuera, en sí y en su eternidad, Padre, Hijo y Espíritu.
El Hijo del Padre eterno ha vivido y actuado en el mundo y en la historia durante más de treinta años, tras encarnarse en el seno de una joven virgen israelita.
Los que creemos damos fe a unos hombres que convivieron con Él y afirmaron a partir de una serie de vivencias -que culminaron en la Resurrección de Jesús-, que en el hombre Jesús de Nazaret se ha comunicado real e inmediatamente el mismo Dios. Creer en el mensaje apostólico es creer que Jesús es la comunicación real y efectiva de Dios a los hombres, que, en Jesús, Dios ha entrado y obrado en la historia, se ha hecho visible (Imagen del Padre), se ha revelado (Verbo o Palabra de Dios), se ha hecho corporal (Encarnación de Dios). Jesucristo no es una palabra más sobre Dios o de parte de Dios, es la definitiva Palabra de Dios.
La doctrina cristiana sobre la Trinidad es la expresión de cómo se ha manifestado y actuado Dios entre nosotros.
La historia es una sucesión de acontecimientos relacionados, interpretados y evaluados, en relación con un principio de inteligibilidad y de sentido, por un sujeto capaz de captar, interpretar y evaluar esos acontecimientos en su sucesión. Esa definición presupone que existe un sentido en los sucesos mismos. La historia estudia esos acontecimientos y busca su sentido.
Se ha dicho a veces que si Dios es el Señor de la historia humana ya no se puede hablar más de historia: no existiría más que la Historia del señor de la historia, que la hace a su albedrío. Pero no es así; Dios no es el Señor de la historia en el sentido de que la manipule como le dé la gana. La concepción del mundo como un teatro de marionetas en que Dios se entretiene manejando los hilos no es cristiana sino pagana.
Pero la comunicación de Dios puede ser rechazada por el hombre; la Biblia entera es testimonio de esa dinámica de oferta y rechazo. La Palabra de Dios nunca es impositiva sino interpelativa: interpela a los hombres y se les ofrece a fin de que den sentido a la historia. No se impone como una fuerza sino como una invitación; y eso hasta el punto de que, cuando la misma Palabra se hace presente a los hombres en forma humana, la pueden incluso crucificar… La historia es el tiempo de la resistencia y sumisión del hombre en relación con Dios. Cuando finalice la posibilidad de resistencia, terminará el tiempo de la historia y empezará el tiempo del absoluto señorío de Dios… Dios ha entrado en la historia por su Espíritu, que es capaz de transformar a los hombres dentro de su libertad, no anulándola, sino potenciándola. Dios y el hombre hacen la historia… Dios, siendo comunicación en sí mismo, siendo Padre, Hijo y Espíritu Santo, pude ser también comunicación fuera de sí como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ni el dios panteísta, ni el dios deísta podrían haber dado origen a la historia.
Además de los escritos recordados atrás de varios santos sobre la existencia y el ser divino, cabe reflexionar también sobre la santidad misma vivida por los santos, como testimonio o señal acerca del existir y el ser de Dios.
La santidad ha llamado poderosamente la atención no sólo de personas creyentes en la existencia de Dios sino incluso de pensadores que se han considerado a sí mismos como ateos.