Tal día como hoy del año 1660 fallecía en París Santa Luisa de Marillac. Siendo adolescente, quiso ser monja, pero su mala salud se lo impidió, por lo que se casó con un hombre con quien compartió 12 años de difícil matrimonio. Al morir su esposo, se consagró al Señor sirviendo a los pobres y enfermos, acompañando a San Vicente de Paúl en la puesta en marcha de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Su vida nos enseña que la vocación cristiana es una: la santidad, y que esta se desarrolla en las circunstancias concretas con que Dios se hace presente en la historia de cada uno. Luisa fue santa siendo soltera, casada y consagrada, porque su vida fue un dejarse hacer por el Señor en cada uno de aquellos tres estados.
En los días previos a la festividad de San José, la Iglesia realiza su tradicional campaña por el Día del Seminario. Es tiempo para la reflexión en torno a las vocaciones y para animar a los jóvenes a plantearse su posible llamada al sacerdocio. Desde luego que es importante que surjan vocaciones sacerdotales, pero creo que, sin darnos cuenta, proyectamos cierta predilección por una vocación frente a otras, lo que, en mi opinión, podría ser contraproducente hoy en día.
Hasta hace unos años, en nuestras sociedades sociológicamente católicas, lo normal era casarse. Se consideraba como la llamada natural y muchos llegaban a ella casi sin planteárselo. Conocían a un chico o a una chica, comenzaban a salir y se casaban por la Iglesia porque era lo que todo el mundo hacía. Los que profundizaban en su fe, llegaban a una reflexión más seria en torno a su vocación y sí que podían plantearse el sacerdocio o la vida consagrada. También el matrimonio, pero como lo que es: un sacramento de servicio a la comunidad, un camino de santidad.
Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Si en el año 2000 el 75% de las bodas celebradas en España fueron católicas, en 2020 este porcentaje descendió hasta el 10%. Aun así, muchos de esos pocos que todavía acuden a los despachos parroquiales a solicitar el sacramento lo hacen manifiestamente en contra de este, pues no han esperado al enlace para vivir en común y no están dispuestos a aceptar lo que la fe nos revela sobre su sentido y finalidad. En estas circunstancias, el matrimonio cristiano sigue estando hoy muy devaluado en el propio seno de la Iglesia y es normal que siga siendo considerado como una vocación “de segunda”, porque está desdibujado.
En el prefacio de los Itinerarios Catecumenales para la Vida Matrimonial y Familiar del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el papa Francisco reflexiona sobre esta realidad llamando la atención sobre «que la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio».
Y es que no se nos ocurre ordenar a un muchacho, por mucho deseo y convencimiento que tenga de su vocación sacerdotal, tras darle un cursillo de ocho sesiones o de fin de semana. Tampoco nos imaginamos admitir a una candidata a la vida consagrada, por muy enamorada que esté del carisma de la fundadora, sin un tiempo largo de noviciado y discernimiento vocacional. Pero, para acceder al sacramento matrimonial, basta con llevar a tu novio o tu novia del brazo, acudir a unas charlas y ¡hala, a fundar una Iglesia doméstica para toda la vida según los designios del Señor!
Presentando el matrimonio como una vocación inferior, puesto que se necesita menos preparación o discernimiento para acceder a ella, estamos provocando que muchos accedan engañados, pues mientras que antes las costumbres sociales acompañaban a los esposos, lo que la sociedad actual entiende como vivir en pareja no tiene nada que ver con la familia cristiana. Algunos matrimonios son directamente nulos y otros muchos fracasan pues se cierran a la gracia sacramental.
Pero esta minusvaloración del matrimonio puede cerrar también las puertas a muchos posibles candidatos a la ordenación que pueden no creerse capaces de alcanzar los (supuestamente) superiores requisitos del sacerdocio, decantándose por la siempre más fácil (en apariencia, por desconocimiento) vida matrimonial.
No hagamos distinciones a la hora de presentar a los jóvenes las diferentes formas en las que los puede llamar el Señor. Con las enseñanzas de Santa Luisa de Marillac, en plena campaña del Día del Seminario, alentemos la única vocación cristiana: la santidad, el servicio, la entrega absoluta de la propia existencia… Y que sea Dios el que llame a través de las diferentes formas de vida, que no están tan lejos unas de otras. Nos puede servir también de ejemplo San José, patrón de los seminarios y casado para más señas.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.