El Grinch no existe, pero igualmente parece que nos están intentando robar la Navidad. Basta con mirar alrededor estos días para darse cuenta de ello. Hay luces maravillosas iluminando nuestras ciudades: bolitas de árbol de Navidad, renos, regalos envueltos… ¿No falta algo?
Paseando por un centro comercial uno se queda impresionado con los miles de detalles que se despliegan por los pasillos. Los tonos rojizos, dorados y verdes están ahora de moda. Si vas caminando demasiado rápido, tal vez te choques con el Papá Noel inflable que han colocado en medio del centro comercial para que los niños se hagan fotos con él. ¿No falta algo?
Entra en un supermercado y disfruta pensando en todos esos turrones, polvorones y roscones que te vas a tomar en los próximos días. En Navidad los placeres de la comida no son culpables, pero… ¿no falta algo?
Parece que, como en esa típica película navideña, hemos olvidado el auténtico sentido de estas celebraciones. Es época de reunirse con la familia, de ir a ver a tu hijo cantando el “Burrito Sabanero” en el recital del colegio, de decorar la casa y pensar en los regalos que puedan gustar a tus seres queridos. Ahora bien, ¿por qué?
Y es importante subrayar que no estoy criticando todas estas cosas. Pienso que pueden ser muy buenas, siempre que nos demos cuenta de que son solo pistas, luces que nos señalan lo realmente importante. Podríamos incluso pensar que son como aquella estrella que hace años marcó el camino a unos sabios de Oriente. Y si seguimos esa estela, nosotros también nos encontraremos con ese pesebre en el que hay un Niño recién nacido.
Es cierto que hemos rodeado la Navidad de cosas ajenas a su sentido original: el “Black Friday”, las rebajas, las comidas de empresa… Y, si no tenemos cuidado, esas luces tan bonitas de las ciudades nos pueden cegar. Pero como Dios sabe aprovechar todo, pienso que hasta esto puede ser una oportunidad para despertarnos.
Ojalá no nos quiten la Navidad. Ojalá no nos acomodemos entre decoraciones y regalos, sino que aprovechemos las pistas. Lo importante no es la estrella, sino el lugar que señala.
Ojalá tengamos la valentía de poner el Belén, de sacar al Niño Jesús a las balconeras, de recordar el sentido de la Navidad. Miremos a ese Niño que viene al mundo por nosotros. En esa noche de paz, demos un poco de guerra al Grinch.