Familia. La sociedad encuentra su razón de ser en la familia. Ante la pérdida de seres queridos y los problemas ocasionados por el confinamiento, la familia ha vuelto a ser comunidad de vida. Es interesante observar cómo, durante la pandemia, la familia ha conseguido aglutinar a todos sus miembros, protegiendo y ayudándoles a superar esta crisis. Por ejemplo, muchos enfermos, abandonados por miedo al contagio, reconocen el valor que ha tenido la familia para enfrentar la enfermedad.
Ser familia ha sido practicar la compasión, el consuelo y la ayuda mutua. Sus miembros han escuchado y han acogido. Y estas actitudes también se han ejercitado fuera del ámbito familiar, gracias a que antes han sido ensayadas en familia. Ésta ha funcionado como una excelente escuela para la práctica de dichas actitudes. ¿Qué hubiera sucedido sin la familia? Creo que bastante menos paz social.
Libertad. Algunos Estados europeos han dado un margen de libertad amplio para que el ciudadano pudiera hacer suyas muchas de las recomendaciones sanitarias, sin que el gobierno tuviera que imponerlas. Es decir, apelando al sentido común. Esta fórmula, en Luxemburgo, país en el que vivo, ha dado un resultado excelente.
Aquí el margen de libertad del que han disfrutado los ciudadanos ha sido significativo. Ese ingrediente de libertad en la política luxemburguesa explica el éxito del país durante décadas. ¡Máximo respeto por el ciudadano! El luxemburgués es especialmente consciente de su identidad y de su independencia, incluso frente a su propio Estado. Éste asume con naturalidad que al ciudadano no se le puede sobrecargar con regulaciones, a veces contradictorias o imposibles de aplicar con la celeridad necesaria, por lo que le deja actuar en libertad.
Espiritualidad. En momentos de fuertes restricciones a las celebraciones religiosas, la relación con Dios es directa. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 27), por lo que participa de atributos divinos, como inteligencia y voluntad, que le permiten trascenderse a sí mismo, conectando con aspectos inmateriales de su existencia. La espiritualidad es parte de esa inmaterialidad. Al ser contraria a la materia, se opone a destrucción, se opone a muerte, significa vida, fuerza y recuperación, equilibrio y bienestar emocional.
La Biblia se refiere al Espíritu Santo como soplo de vida. Es el “viento de Dios”. Y el viento, como aire puro, nunca antes fue más necesario que ahora, cuando todos, para seguir vivos, necesitamos respirar un aire menos contaminado. ¡Quien no respira está muerto! Y quien respira el “viento de Dios” se libra del sufrimiento y de la angustia que provoca la enfermedad.
Solidaridad. Otro “legado” de esta pandemia es la creciente conciencia social que ha desencadenado la crisis. ¡La enfermedad iguala! Algunos países de Europa tienen rentas per cápita que están entre las más altas del mundo, pero observan preocupados la brecha social que está provocando la epidemia.
Conviene recordar que una crisis sanitaria de esta envergadura es también una crisis financiera, que desencadena una transferencia de recursos, casi automática, de países más vulnerables hacia otros más ricos, aumentando de manera exponencial los efectos de la crisis. A veces, los políticos de países más vulnerables, con decisiones poco acertadas, contribuyen a aumentar esa transferencia de fondos, retroalimentando y ampliando los efectos de la crisis. Es como un círculo vicioso, en el que se repiten las malas prácticas y nunca salimos de la crisis.
No olvidemos que países como Alemania o Luxemburgo pagan menos por sus deudas que antes de la crisis. El tipo de interés de su deuda pública hoy es negativo. Con ello ganan dinero, pues todo el que adquiere su deuda ha de pagar por ella. A esta importante ventaja financiera se ha referido el Primer Ministro de Luxemburgo para justificar la disposición de su país a ayudar más a aquellos países que, como España, carecen de estas condiciones de privilegio.
Recuperarse de la pandemia, sin olvidar a los más débiles, es el objetivo que se ha propuesto la Iglesia. Así lo ha manifestado el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) en su reunión anual del pasado 3-6 con el lema Una recuperación justa que no deje a nadie atrás.
Como conclusión, una sociedad que reconozca el valor de la familia, más libre, también más responsable, menos materialista y más solidaria, será la sociedad del futuro.