Dejadme ser laica en paz

No quiero ser otra cosa que laica porque eso es lo que Dios me ha pedido. Y si lo dice Él, ¿por qué tiene que venir nadie a exigirme que reclame otro lugar?

23 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
mujer iglesia

(Unsplash / Thomas Vitali)

Dejadme ser laica. Así, sin más. Ni sacerdotisa, ni diaconisa, ni miembro con derecho a voto en un Sínodo… Laica. Como las mujeres al pie de la Cruz, que tenían la mirada fija en Cristo, no en las llaves del Reino que tintinearon mientras san Pedro salía corriendo.

Dejadme ser laica en paz. No porque me falte ambición, no porque considere que el varón está mejor dotado para las tareas de gobierno de la Iglesia o porque piense que las mujeres tenemos que encerrarnos. No quiero ser otra cosa que laica porque eso es lo que Dios me ha pedido. Y si lo dice Él, ¿por qué tiene que venir nadie a exigirme que reclame otro lugar?

La mala suerte de ser mujer laica

Veo a muchas personas en la Iglesia señalando una mancha negra en el mantel blanco. Mi sorpresa viene cuando me doy cuenta de que son ellos quienes tienen los dedos sucios. Ellos están creando el problema y luego culpan al mantel, a la nada y a todo, de la suciedad.

¿Es inferior la mujer por no poder recibir el orden sacerdotal? ¿Quién ha dicho eso? ¿No se apareció Cristo a las mujeres en primer lugar después de su Resurrección? Que sí, que los apóstoles tienen el poder de echar demonios y perdonar pecados (no seré yo quien diga que eso no está guay) pero es que ellas fueron testigos de la Resurrección.

El problema está en querer “cuantificar” las vocaciones constantemente. Me recuerda a las peleas entre hermanos pequeños porque mamá le ha dado a Pepe un trozo un milímetro más grande del bizcocho. Mamá no te odia, Miguelito, respira un poco.

Ciertas corrientes que se pasan el día reclamando derechos nos han convencido de que la vida de la Iglesia también se puede medir. A mí me quieren convencer de que la Iglesia me engaña, que me encierra en mi papel de laica porque no quiere lo mejor para mí. Ya tienes suerte si puedes subir un poco el escalón y consagrarte como religiosa, pero eso de ser laica… Vaya mala suerte.

Solo una medida

¿Y cómo te explico yo a ti que me encanta ser laica? Que yo no pienso que me hayan encerrado, que mi vocación no me la impone la Iglesia, mi vocación es un regalo de Dios. Intenta medirlo tú si quieres, porque yo no puedo, ni quiero.

La única medida que debería conocer el católico es la de la Cruz. Tal vez no hace falta explorar si como mujer podría ordenarme sacerdotisa, sino conocer con más profundidad cómo puedo servir mejor a Cristo, dentro de su Iglesia, en mi papel de laica. Tal vez no tengo que pelearme por ese supuesto milímetro de más. Tal vez lo que tengo que hacer es reconocer que la Iglesia es Madre y sabe más. Y digo Iglesia en su conjunto, sin reducirla a un solo Papa, un colegio de cardenales o una época.

Esto no quiere decir que no haya tareas en las que avanzar, papeles que reconocer mejor o enseñanzas en las que profundizar. Sería absurdo pensar que ya comprendemos toda la riqueza de la Iglesia instituida por Cristo, que no quedan áreas en las que mejorar. Ese no es el tema.

Dejadme ser laica en paz. Yo no quiero ese complejo de inferioridad que me hace pensar que mi vocación es menos valiosa. No quiero ese complejo de superioridad que me hace pensar que yo sé mucho más que toda la sabiduría del Magisterio de la Iglesia. Dejadme ser laica. Y si quieres que pongamos medidas a las vocaciones, compáralas única y exclusivamente con la Cruz. Tal vez en el Calvario nos demos cuenta de que nuestro problema no es la falta de derechos sino la falta de amor.

El autorPaloma López Campos

Redactora jefe de Omnes

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