¿De qué nos sirve rezar?

Sin la noción de Dios, nos materializamos, no vemos más allá de lo visible, perdemos sentido de trascendencia. Dejamos de rezar. Todo está puesto para que reine el pesimismo, el sinsentido.

20 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
Rezar

(Unsplash / Olivia Snow)

“El mundo vive en guerra y somos muchos los que rezamos por la paz; en cada Misa se pide por los gobernantes y son demasiados los que buscan el bien personal y no el común; rogamos por la unidad de las familias y las rupturas se incrementan; por la salud, y las enfermedades se multiplican”. Así se expresaban los jóvenes en una reunión familiar argumentando por qué se han alejado de la Iglesia. No quieren casarse, no desean practicar ninguna religión, no creen en un futuro mejor…no tienen fe. 

Hay desaliento en los corazones y en la base: soberbia. Hoy hablamos de derechos en todas partes y hemos perdido de vista que todo nos es dado. No nos dimos la vida a nosotros mismos pero vivimos como si así fuera. Sin la noción de Dios, nos materializamos, no vemos más allá de lo visible, perdemos sentido de trascendencia. Dejamos de rezar. Todo está puesto para que reine el pesimismo, el sinsentido. 

Pero, cuando damos el sí consciente a la existencia de Dios, cuando le buscamos sinceramente y establecemos una relación con Él, obtenemos todas las respuestas existenciales: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Cuál es el propósito de mi existencia?

El principio es la relación. Sin relación, la oración no es real. Quien reza para “exigir” que se haga su propia voluntad, no ha establecido una verdadera relación con Dios. Con el único Dios, el que se ha revelado a sí mismo como Padre misericordioso. 

La persona, el alma que ya tiene una relación con Él, lleva su oración un nivel más arriba: “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. El alma que tiene una relación con Dios, confía en Él. Sabe que el sentido último es la vida eterna y los criterios humanos son sometidos a los divinos. 

Entonces, puesto esto es lo que hay, ¿Dios quiere la guerra, la injusticia, el mal en el mundo?.

Desde luego que no. Dios es amor y desea que prevalezca el amor.

Aprender a rezar

En un precioso diálogo que nos presenta Alexander Solzhenitsyn en su novela “Un día en la vida de Ivan Denisovich”, podemos encontrar la respuesta a esta cuestión.

Platican Iván y Alioska en un campo de concentración. El primero desesperado, el segundo lleno de fe (tiene una relación con Dios):

Iván: ¿Quieres saber por qué no rezo? Porque, Aljoska, las oraciones, o no llegan a su destino o son rechazadas.

Alioska:  ¡Uno ha de tener una confianza inquebrantable en su propia oración! Si tiene una fe semejante, podrás decir a ese monte que se mueva y lo hará.

Iván: ¡Para de contar patrañas, Alaska!… ustedes han rezado todos a coro en el Cáucaso, y ¿han movido si acaso un solo monte? ¿Qué mal podían hacer orando a Dios? Sin embargo, a todos les habían caído veinticinco años por cabeza. Porque era un periodo así: le caían veinticinco años a cualquiera.

Alioska: Pero no hemos rezado por eso. El Señor nos ha enseñado que, de todas las cosas terrenas y perecederas, solo tenemos que orar por el pan de cada día. Nosotros en realidad rezamos así: ‘Danos hoy nuestro pan de cada día’.

Iván: La ración, ¿quieres decir?

Alioska: Iván, no hace falta orar para que te envíen un paquete postal o te den un tazón más de comida. ¡Las cosas más apreciadas por los hombres son viles a los ojos de Dios! Hay que orar por el espíritu, para que el Señor nos quite del corazón la espuma de la maldad.

Iván: En resumen, reza todo lo que quieras, pero no te reducirán la pena. Tendrás que vivirla desde el principio hasta el final.

Alaska: ¡Pero no se tiene que orar por eso! ¿Qué te importa la libertad? ¡En libertad, los últimos restos de tu fe serán ahogados por las malas hierbas! ¡Tienes que estar contento de estar en la cárcel! ¡Aquí tienes todo el tiempo para pensar en el alma!.

Iván: Mira, Alioska tu razonamiento va bien. Cristo te ha dicho que vayas a la cárcel y es por Cristo que te encuentras aquí. ¿Pero por qué me han metido a mí aquí?

La pregunta se quedó sin respuesta, ya que lo impidió un enésimo control nocturno. Pero la respuesta ya se la había dado: “Hay que orar por el espíritu, para que el Señor nos quite del corazón la espuma de la maldad”.

La maldad es el verdadero mal del hombre: liberarse de ella corresponde al esfuerzo humano; pero es imposible sin la ayuda de Dios: este es el gran motivo de la necesidad de la oración. 

Que donde quiera que estemos, hagamos nuestra la oración de Alioska: “Señor, ¡quítanos del corazón la espuma de la maldad!”

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