Ayer comencé el día leyendo un mensaje de WhatsApp que me envió un amigo con una cita del santo del día, san Francisco de Sales. Decía: “Si yo no fuera obispo, quizá no querría serlo, sabiendo lo que ahora sé; pero, puesto que lo soy, no solamente estoy obligado a hacer todo lo que esa penosa vocación exige, sino que debo hacerlo con gozo, y complacerme en ello y sentir agrado”.
La frase me impactó y no pude evitar darle vueltas a lo largo del día. Al llegar el mediodía, estaba convencido de que este pensamiento no solo es aplicable a los obispos, sino también a los laicos, que estamos llamados a vivir con coherencia las exigencias de nuestra vocación cristiana. Al fin y al cabo, la frase de Jesucristo “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” no parece dar lugar a interpretaciones edulcoradas.
A última hora del día asistí a una conferencia de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) en Alcalá de Henares, en el marco de las II Jornadas de Católicos y Vida Pública de esa localidad.
Los ponentes fueron los tres sacerdotes de Red de Redes, Jesús Silva, Patxi Bronchalo y Antonio María Domenech, que ofrecieron un análisis lúcido y equilibrado sobre los riesgos de la Agenda 2030. Sin recaer en discursos apocalípticos, señalaron sus trampas y limitaciones, proponiendo una alternativa profundamente cristiana: el conocimiento vivo de Jesucristo, la práctica frecuente de la confesión y la comunión, la devoción a la Virgen y, como fruto de todo ello, una caridad sincera hacia todos, empezando por los “prójimos de la puerta de al lado”.
Pensaba que lo que más me iba a gustar era el contenido de sus ideas, pero pocas horas después de la conferencia me di cuenta de que lo más me llamó la atención son siete huellas intangibles que me ha dejado escucharles:
- Claridad doctrinal: en un tiempo en el que a veces los obispos y sacerdotes no son claros, llama la atención muy positivamente escuchar las verdades de la fe sin titubeos ni ambigüedades.
- Valentía al exponer: algunos valores cristianos son claramente impopulares, pero estos sacerdotes demuestran una audacia contagiosa para proclamar el Evangelio sin rodeos ni temor a las críticas.
- Sentido del humor: a pesar de la seriedad de los temas tratados, nos recordaron, entre risas, que la alegría cristiana no solo es compatible con la evangelización, sino que además es una gran herramienta.
- Buena formación: su sólida instrucción teológica muestra a las claras que no tienen miedo a analizar cualquier idea en el debate público, demostrando que la fe no está reñida con la razón.
- Espíritu positivo: rechazaron el pesimismo, tan común entre algunos sectores del cristianismo, recordando que “no es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor”. Los cristianos siempre han enfrentado desafíos, y hoy no es diferente.
- Afán evangelizador: No se trata solo de mantener lo que ya existe, sino de salir al encuentro de los demás con valentía, invitándolos a una experiencia personal con Cristo.
- Sentido común: imprescindible en nuestros tiempos, donde declaraciones tan básicas como afirmar que solo existen dos sexos pueden llegar a considerarse revolucionarias en el discurso de un presidente.
Han pasado 400 años desde la época de san Francisco de Sales, pero parece que los cristianos seguimos necesitados de lo mismo: valentía para evangelizar a Jesucristo y salir del cristianismo burgués en el que, con demasiada facilidad, tendemos a instalarnos. Ojalá que de aquí al 2033 los creyentes aprendamos a dejar la huella de Jesucristo allí por donde pasemos.
Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.