Leo en la prensa que investigadores españoles han descubierto en la Antártida una especie de “mosquito sin alas”. Su pequeño tamaño bien podría hacer pensar que poco tiene que hacer en aquel extensísimo territorio que se nos antoja inhóspito. Y sin embargo, con motivo del cambio climático se detectan ya más de cientos de miles de “mosquitos sin alas” por metro cuadrado, haciéndose muy difícil su erradicación: una plaga peligrosa que puede dañar otras especies animales y vegetales autóctonas… Una noticia más que aumenta la preocupación que se potenció con motivo de la Cumbre del Clima en Madrid el pasado mes de diciembre.
El cambio climático es un fenómeno muy importante y merece nuestra atención. Paralelo a este cambio, también se viene produciendo en Occidente otro más profundo y menos atendido: el “cambio climático cultural”. La expresión fue acuñada por el rabino inglés Jonathan Sacks, para quien las religiones en Occidente viven en un hábitat hostil para su desarrollo y para la mejora de nuestro mundo. Ante ese hábitat hostil, las tentaciones para las religiones y para sus seguidores —sigo el pensamiento del rabino— son tres: servirse de la violencia para imponer la verdad (fundamentalismo), aislarse en invernaderos religiosos ante un medio ambiente hostil (aislacionismo) o adaptarse a las condiciones morales a costa de perder la propia identidad (asimilacionismo). Cualquiera de estas tres tentaciones termina por desnaturalizar la religión, condicionada por la ira, el egoísmo, la debilidad.
Los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han exhortado a cuidar la “ecología humana”. Necesitamos un esfuerzo planetario para salvaguardar (o regenerar) las condiciones morales que permiten el florecimiento de este hábitat saludable para el armónico desarrollo del ser humano. La ley natural (que no es un “invento cristiano”) orienta este esfuerzo. Pero es una tarea que no se improvisa. Exige un atento análisis de nuestro medio ambiente para detectar qué elementos provocan las “emisiones nocivas” que generan ese inhumano “efecto invernadero” en las sociedades occidentales… Exige pensar, exige innovar, superar las quejas que añoran “ecosistemas del pasado”.…
En la Cumbre del Clima de Madrid se acuñó un lema de esperanza frente al profetizado desastre: “aún estamos a tiempo”. Ante un clima social adverso, los cristianos —sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13-16)— siempre “estamos a tiempo” de contribuir (¡pequeños y grandes gestos!) a una floreciente ecología humana. n