Cuando los hijos duelen

Como padres sufrimos cuando nuestros hijos se rompen, de hecho, nos rompemos con ellos. El dolor es señal o síntoma de algo que está en desorden y debe ordenarse. Si lo hacemos en familia es mejor. Que nuestros hijos sepan que cuentan con nosotros y que juntos saldremos adelante con la ayuda de Dios.

4 de julio de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
Familia

(Unsplash / Tá Focando)

Martha terminaba de levantar la cocina cuando sonó el teléfono. Al responder escuchó a su hija entre llantos diciendo: “Mamá, me estoy divorciando”. Sólo Dios y Martha sabían lo desgarrador de una noticia así. Una madre ama siempre, se goza con el bien de los hijos y sufre con su dolor. Tras el mareo del primer momento, María se sobrepuso para preguntar: “Hija mía, ¿cómo estás tú?, debemos platicar con calma, nos vemos cuanto antes”.

Después la oración constante de esta mamá atribulada, la súplica a Dios para que todo se restablezca en el orden que Él desea. Luego la culpa: “¿en qué fallé yo?, ¿por qué ella piensa en romper su promesa?” Cuestionamientos y tormenta mental que sólo puede controlarse invitando a Dios a la propia barca. ¡Ven Señor Jesús!

Hijos heridos

Los padres de familia deseamos siempre el éxito de nuestros hijos. Quisiéramos verlos crecer tomando las mejores decisiones, prosperando en todos sentidos, gozando de empleo y familia bien avenida, sin embargo, son muchos los hogares que sufren por falta de esto. 

Hijos que caen en diversas adicciones: alcohol, drogas, pornografía, juego…

Hijos que no encuentran sentido a sus vidas y viven apáticos, desanimados, deprimidos…

Hijos muy heridos que van causando heridas con violencia, prepotencia, delincuencia…

Hijos que sufren por enfermedades, injusticias, falta de empleo…

¿Cómo actúan los padres cristianos cuando los hijos duelen?

Oran, no juzgan, acompañan, buscan ayuda, crecen juntos y modelan lo que es el amor.

Cuentan que en una ocasión un oficial visitó el palacio de Golestán en Teherán y exclamando maravillas de lo que veía comentó: “¡Esta entrada de diamantes es colosal!” El guía de turistas narró entonces la historia: el arquitecto que había diseñado todo el complejo palaciego, había planeado colocar a la entrada algunos espejos valiosísimos que había visto en París. Los hizo traer desde ahí pagando una fortuna por ello. Cuando al fin llegaron los espejos corrió a ver el cargamento para decepcionarse enseguida al percatarse de que sus espejos añorados venían rotos. Se encontraba frustrado sintiendo que sus planes caían por tierra. Pidió entonces que llevaran a tirar esos espejos rotos. Empezaban los trabajadores la tarea cuando le escucharon gritar: “¡No!, ¡deténganse!”

Así lo hicieron y vieron entonces al arquitecto correr por un martillo, volvió y comenzó a romper aún más esos espejos, entonces tomaba las pequeñas piezas y las colocaba una junto a otra de modo que se diseñó esa entrada espectacular en la que se percibían diamantes en lugar de espejos rotos. Al terminar su hazaña y mirarla extasiado, expresó unas palabras inolvidables y profundas: “¡rotos, para ser más bellos!”.

Sufrir con los hijos

Como padres sufrimos cuando nuestros hijos se rompen, de hecho, nos rompemos con ellos. Pero si permitimos que el gran arquitecto tome nuestras piezas rotas, y libremente se las entregamos, Él hará maravillas. El momento de dolor profundo no es el final de la historia, de hecho es el desafío que Dios nos presenta para crecer en amor y santidad. Es un llamado a empezar de nuevo.

El dolor es señal o síntoma de algo que está en desorden y debe ordenarse. Si lo hacemos en familia es mejor. Que nuestros hijos sepan que cuentan con nosotros y que juntos saldremos adelante con la ayuda de Dios. 

Creemos en un Dios que es amor, comprensión y misericordia. Nuestro Dios es reconciliación y perdón. La Verdad creída, debe convertirse en realidad vivida.

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