Imagínate una niña de 11 años, de provincias, y pregúntale qué le da más miedo. Cuando ella responde por este orden que el cambio climático, la muerte de su abuelo y la de su perro, tienes una medida de hasta qué punto el primer tema se ha metido en las venas de las nuevas generaciones, además de haberse hecho capaz de atraer la atención de las organizaciones internacionales. Porque el ambiente se ha vuelto exigente, con todos, y llama a un modo nuevo de trabajar: pide que se lo reconozca como uno de los elementos fundamentales de equilibro para el mundo que habitamos.
Para este fin sólo funciona un planteamiento sistémico que se funde en la certeza de que ambiente, desarrollo, derechos y paz son interdependientes. Deslizarse en la sectorialidad es una tentación fatal para quien sólo busca resultados inmediatos. Como también para quien consideraba que la tutela de los derechos humanos y de la naturaleza estaba en contradicción con el desarrollo económico, desmentido luego por los datos. De la acción sistémica es de donde obtiene provecho cada sector particular. La relación ambiente-desarrollo-derechos-paz tiene esta implicación práctica: defender el ambiente no consiste (sólo) en acciones de reforestación o difusión de paneles solares, o sea en “adaptación”. Son útiles, pero no bastan. Una región golpeada por la sequía puede necesitar instalaciones de irrigación, pero también escuelas y hospitales; es decir, necesita la promoción de los derechos fundamentales, el cuidado de las personas y de las comunidades. Es el cambio decisivo propuesto por la agenda 2030, que trabaja sobre la interconexión entre objetivos: o se alcanzan juntos todos los objetivos, o todos caen.
Se invierte la visión antigua: la protección del ambiente no se sostiene sobre un sistema de prohibiciones, sino sobre el conocimiento de las necesidades y de las potencialidades de un territorio, la valoración de la justicia y de las comunidades. Se rescata el valor de ser parte de una comunidad que habita en un espacio de naturaleza con sus especificidades, debilidades incluidas.
Si se pone atención a las palabras de algunos de los jóvenes exponentes de los movimientos ambientalistas, es esta la conciencia que lanzan a la cara de los adultos: la necesidad de comunidad. Propongo volver a empezar desde aquí, desde la construcción de lugares y espacios de comunidad, porque allí donde quedan sólo individuos que consumen de modo compulsivo-competitivo, sin una trama de relaciones, sin sentido de responsabilidad por los demás, comienza la emergencia ambiental.
Licenciada en Letras Clásicas y doctora en Sociología de la Comunicación. Directora de Comunicación de la Fundación AVSI, con sede en Milán, dedicada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria en todo el mundo. Ha recibido varios premios por su actividad periodística.