Chiquitunga nos dice que hoy podemos llegar a ser santos si vivimos con pasión un ideal, en el caso de ella su deseo de que todo se sature de Cristo: Cristo, su Iglesia, los hermanos fueron su ideal.
Conocí a la Sierva de Dios María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga) en mi adolescencia, cuando yo integraba la sección de Pequeñas de la Acción Católica de la Parroquia de San Roque y ella era delegada arquidiocesana de Pequeñas. La vi actuar en concentraciones de Pequeñas y en algunos encuentros de la Acción Católica. Ingresé en el monasterio de Carmelitas descalzas de Asunción dos años después de su muerte. Aquí pude constatar con sorpresa cómo su recuerdo permanecía tan vivo dentro de la comunidad. Me llamó la atención la frecuencia con que las hermanas hablaban de ella, recordando su exquisita caridad fraterna, su alegría, su abnegación. Relataban sus innumerables anécdotas, impregnadas de sano humorismo. Yo no conviví con ella, pero oí decir a las hermanas que fue obediente, muy caritativa, humilde, servicial y que siempre se mostraba alegre, tratando de alegrar a la comunidad en todo momento, utilizando para ello los dones naturales con que el Señor la dotó. Ella estaba siempre para todas, sabiendo perdonar, disculpar, acoger, etc.
Conversé con ella la víspera de su ingreso en el Carmelo. Estaba serena, con su sonrisa habitual, y entre otras cosas recuerdo que me dijo: “Yo hago lo contrario de Jesús: viví treinta años de vida pública y ahora comienzo mi vida oculta”.
Asistí a alguna concentración de Pequeñas de la Acción Católica que ella organizaba. Rebosaba alegría, entusiasmo. De sus veladas en la Comunidad quedan numerosos recuerdos.
Chiquitunga nos dice que hoy podemos llegar a ser santos si vivimos con pasión un ideal, en el caso de ella su deseo de que todo se sature de Cristo: Cristo, su Iglesia, los hermanos fueron su ideal. Nos dice que podemos ser felices entregándonos a los demás, olvidándonos de nosotros mismos por el bien de los demás.