El celibato, ¿fruto de lo humano?

¿Es el celibato fruto de lo humano? ¿Pueden encontrarse sus raíces en algún lugar más allá de las imposiciones humanas?

5 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
Sacerdotes

Unos sacerdotes durante una Misa en Nueva York (CNS photo/Gregory A. Shemitz)

Una de las afirmaciones más recurrentes cuando se habla del celibato de los sacerdotes es aquella de que se trata de una ley eclesiástica sin más. O hablando más en abstracto, que se trata de pura disciplina eclesiástica. Otra forma de decir prácticamente lo mismo es afirmar que no se trata de un dogma de fe. Otra de las afirmaciones más comunes es decir que el celibato eclesiástico fue instituido a principios del siglo XII en dos Concilios de Letrán, el primero en 1123 y el segundo en 1139. Como si un árbol de tal magnitud y altitud en la Iglesia hubiera surgido espontáneamente y se hubiera desarrollado como de golpe, en unos días de Concilio, fruto de la decisión de algunos obispos reunidos en Roma. 

El fenómeno de la secularización, el oscurecerse de la fe, sobre todo en los países de antigua tradición católica, y, como consecuencia, la crisis de vocaciones sacerdotes que la acompaña, está obligando a una profunda reflexión y debate sobre el sentido y la conveniencia actual del celibato sacerdotal.

En definitiva, ¿es una norma querida por el Espíritu del Señor Jesús o es fruto de circunstancias históricas cambiantes? San Pablo VI, en la encíclica Sacerdotalis Coelibatus y San Juan Pablo II, en su primera carta del Jueves Santo de 1979 a los sacerdotes, siguiendo la doctrina del Concilio Vaticano II, afirman que el celibato sacerdotal se inspira en el ejemplo de nuestro Señor, en la doctrina apostólica y en toda la Tradición.

Volver a Cristo     

¿Es esta afirmación cierta, segura, seria? Para entender, aceptar de corazón y promover el celibato eclesiástico como una joya preciosa de la Iglesia de Cristo hay que retraerse al principio. Está íntimamente ligado al misterio de la Encarnación. Ya desde el Concilio de Nicea (325) se estableció dogmáticamente que Cristo no está en la línea de los antiguos “hijos de dioses”, sometidos al Dios supremo. Él mismo es Dios, la revelación personal de Dios: “Dios y hombre verdadero”.

Lo que Cristo piensa, vive, dice, obra, tiene valor absoluto. Todo el cristianismo queda así sustraído a lo puramente humano, al tiempo y  a la historia. Es la aparición de algo absolutamente nuevo, que no admite correlación o conexión alguna hacia atrás. Rompe la serie de causas naturales, donde una deriva de la otra. Es esencialmente nuevo y sobrenatural.

El celibato en la Sagrada Escritura

Es en la persona de Jesucristo, en su ejemplo y su predicación, en su misterio total, donde afonda el celibato sacerdotal. Ciertamente que, en la historia del celibato eclesiástico, tendrá su influencia también el ejemplo del sacerdocio de la Antigua Alianza. Este ordenaba a los sacerdotes abstenerse de las relaciones conyugales durante el ejercicio de su ministerio en el Templo. Pero es la persona de Cristo, su ejemplo de vida y su doctrina la que aparecerá como decisiva a lo largo de la historia de la Iglesia para establecer esa “múltiple armonía” (PO, 12) entre sacerdocio del Nuevo Testamento y celibato.

Cristo vivió célibe y muy pocos se han atrevido a poner en duda esta realidad, trasmitida de forma unánime por la Sagrada Escritura y la Tradición. Baste, a este propósito, la famosa frase de Karl Barth: «es un hecho  -y la ética protestante en su exaltación del matrimonio, surgida en la lucha contra el celibato romano de los sacerdotes y religiosos, ha olvidado este punto- que Jesucristo, de cuya humanidad ninguna duda existía, no ha tenido otra amante, novia, esposa, familia y hogar fuera de su comunidad».

El autorCelso Morga

Arzobispo de la diócesis de Mérida Badajoz

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