Querido Vladimir Spiridónovich Putin:
Ante la cercanía del Día del Padre, se me ha ocurrido felicitarle. Uno siempre quiere que sus hijos lleguen muy alto, poder admirar sus logros, verlos crecer y madurar hasta llegar a ser hombres y mujeres independientes, autosuficientes.
Su hijo Vladimir, el presidente ruso, ha demostrado, desde luego, no tener límites en su autosuficiencia. Ha llegado tan alto como ha podido en todo lo que se ha planteado y ahora ha dado un paso de gigante para pasar a la historia de la humanidad.
Todo el mundo habla hoy de él y muchos seguirán hablando de él durante muchos años en las clases de historia –si al final de todo lo que ha montado queda rastro de la especie humana sobre el planeta–.
Yo no puedo juzgarlo a usted por los pecados de su hijo. Muchos padres se esfuerzan por guiar por el buen camino a su prole y no lo consiguen, y ya el Señor nos advirtió contra la costumbre de culpar a los padres de las faltas de sus hijos (Jn 9, 3).
Es más, por no poder no puedo ni juzgarlo a él, porque el juicio solo pertenece a Dios. Pero sí puedo aprovechar la cruel guerra que ha iniciado en Ucrania para reflexionar con usted y con los lectores de este humilde padre de familia, sobre lo que significa serlo, para poner en valor la responsabilidad de los padres a la hora de educar, no solo a grandes personajes, sino a grandes personas.
Un padre es, sobre todo, un ejemplo, una figura de referencia, un espejo en el que mirarse. Los hijos aprenden por imitación, por lo que la primera forma de educar a la descendencia es educarse uno mismo. ¿Cómo tratamos a los demás? ¿Cuál es nuestra actitud ante la vida? ¿Cuáles son nuestras prioridades?
Por eso, un padre autoritario es un fracaso, porque trata con desprecio al débil. Por eso, un padre ausente que se desentiende de la educación es un fracaso, porque deja huérfanos a sus hijos, abocándolos a buscar referencias en la primera persona que se les cruce por el camino.
Muchos padres proyectan en sus hijos su propia vida, queriendo cumplir en ellos los sueños que no alcanzaron o no repetir los errores que ellos cometieron; y lo que consiguen es secuestrarlos, impidiéndoles vivir la vida que se les ha regalado, independiente a la propia.
Un buen padre tiene que sentirse orgulloso, no porque sus hijos se parezcan a él o piensen como él, sino porque los vea actuar con sabiduría y discernimiento, incluso aunque le lleven la contraria.
Un buen padre es cariñoso con sus hijos, pero es capaz de reprimir sus afectos para poder seguir diciéndoles la verdad y corrigiéndolos, sin humillarlos, cuando se desvíen.
Un buen padre tiene sabiduría en su corazón para no tratar de ser amigo de sus hijos, que lo que le reclaman es que cumpla con su vocación paterna.
Un buen padre no orienta a sus hijos hacia ídolos que prometen felicidad y devuelven destrucción: dinero, poder, fama, posición…
Un buen padre es, en definitiva, quien desde su debilidad trata de dar lo mejor a sus hijos sin buscarse a sí mismo; por eso les enseña que el único padre bueno es Dios.
Los padres cristianos explicamos que en el Padrenuestro está la clave para la paz y la justicia social, porque proclamando que Él es padre de todos y cada uno de nosotros; estamos diciendo que españoles, rusos, ucranianos, chinos y americanos somos hermanos.
Querido Vladimir. Espero que en la tierra hiciera lo que estuviera en su mano por ser buen padre y que hoy pueda estar por ello ya descansando junto a Dios. En esa esperanza, hoy le pido una oración por su hijo. Ojalá estemos a tiempo aún de enderezar lo torcido.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.