“Cantadle el himno más bello”

Cantar es clave en la adoración a Dios, expresando fe y entrega. La Iglesia lo ha valorado siempre como medio de alabanza y transmisión de la fe.

5 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos
música

Si a algo nos anima la Palabra de Dios es a cantar: “¡Cantad!”. 

El pueblo salvado canta y baila. Lo hace en medio del desierto, cuando María, la hermana de Moisés, animaba a cantar “al Señor, vencedor excelso”. Baila David “con todo su entusiasmo, cantando con cítaras y arpas, con panderos, sistros y címbalos”; María entona una rítmica salmodia, el Magnificat, a las puertas de la casa de Isabel; el propio Cristo lamenta la incredulidad del pueblo con una comparación musical: “os hemos cantado al son de la flauta y no habéis bailado”

La música está íntimamente ligada a las más profundas emociones humanas y ahí está Dios. Adorar a Dios con cantos y bailes muestra esta entrega total del hombre: ese movimiento que nace del fondo del corazón y se manifiesta físicamente. 

No en vano, se dice que la música es el lenguaje de los ángeles, creados para la eterna adoración y alabanza de Dios. Dios canta y crea; crea cantando y hay quien imaginó la creación del mundo como una composición musical siguiendo la poderosa imagen de C. S. Lewis en Las crónicas de Narnia.

Los hombres y mujeres de todos los tiempos han cantado sus más profundas aspiraciones y deseos, sus más claros amores, su principio y final. También la Iglesia, como pueblo de Dios, ha cantado al centro de su amor desde sus orígenes: “la tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne” afirma la Sacrosanctum Concilium

En un magistral, y no poco polémico, artículo de Marcos Torres publicado en Omnes el 9 de octubre de 2024, el autor apunta cómo “hasta tal punto la música religiosa ha sido importante en la transmisión de la verdad de los contenidos de la fe, que la Iglesia a través de la sucesión apostólica siempre ha cuidado de discernir y verificar las expresiones y formas concretas de las diversas creaciones musicales”. Expresiones que van desde la música litúrgica, propia de la celebración del misterio sacramental eucarístico a los nuevos movimientos musicales ligados a la adoración (worship). 

La música, como expresión profundamente humana y divina, es vehículo privilegiado para adorar a Dios y transmitir la fe, de encarnar el amor y amar al Dios que se hizo hombre y que, seguro, también bailó y cantó.

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