Buenas intenciones y malas ideas

Con ocasión de la última ley educativa española, podemos aprovechar para reflexionar sobre cómo las buenas intenciones y las malas ideas de las sucesivas reformas educativas han contribuido a crear un ambiente social que no favorece precisamente el éxito de los más jóvenes y por tanto de nuestra sociedad

27 de mayo de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
educacion

Hace tiempo leí un libro titulado “La transformación de la mente moderna. Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso”, escrito por Jonathan Haidt y Greg Lukianoff.

Como no tengo nada que ver con la publicación, me siento libre de recomendar su lectura a nuestras autoridades educativas, así como a los padres y educadores de hoy, pues me parece que podrían extraer interesantes ideas para acertar en la importante tarea de educar a las nuevas generaciones, en la que nos jugamos nuestro futuro.

Se trata de un libro publicado en Estados Unidos en 2018 por el psicólogo Jonathan Haidt y el experto en libertad de expresión Greg Lukianoff, que ahora aparece en español. Los fenómenos que describen son ya perfectamente detectables en Europa y, más concretamente, en España.

A lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, que se leen con gusto, intentan responder a la pregunta: ¿estamos preparando adecuadamente a los jóvenes para encarar la vida adulta o los estamos protegiendo demasiado? Y la responden dando algunas luces interesantes para todos aquellos interesados en la educación de los más jóvenes.

Los autores narran cómo algunas cosas extrañas empezaron a suceder en los campus de Estados Unidos en torno al año 2015. Alumnos que decían defender ideas progresistas abuchearon a políticos y conferenciantes en su universidad y les impidieron hablar. ¿Les suena de algo está situación? Supongo que a Pablo Iglesias y a Rosa Díez, sí, pues el primero protagonizó hace años un boicot a una conferencia de la segunda en una universidad pública española.

Cada vez en mayor número, también en España, muchos estudiantes se muestran reacios a exhibir sus opiniones y a discutirlas con franqueza. De un tiempo a esta parte, lo que debería ser el “gimnasio de la mente” está lleno de personas que rehúyen el debate y el pensamiento crítico, curioso fenómeno para una universidad.

Tal y como describen en este libro los autores, el motivo de esta penosa situación se debe a tres ideas equivocadas que se han introducido en el subconsciente de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que creen defender una visión generosa e inclusiva de la educación.

La primera: lo que no te mata te hace más débil (debes huir a toda costa de toda dificultad). La segunda: debes confiar siempre en tus sentimientos (siendo en consecuencia sumamente susceptible). Y por último: la vida es una lucha entre las personas buenas y las malas (y tú perteneces a los buenos).

Como demuestra este libro valiente y riguroso, estas nociones, que a primera vista pueden parecer beneficiosas porque protegen al individuo y halagan sus propios instintos, en realidad contradicen los principios psicológicos más básicos sobre el bienestar.

Aceptar estas falsedades, y con ello promover una cultura de la seguridad en la que nadie quiere escuchar argumentos que no le gustan, interfiere con el desarrollo social, emocional e intelectual de los jóvenes. Y les hace más difícil recorrer el camino, con frecuencia complejo y dificultoso, de la vida adulta.

O, en palabras del propio Haidt: “Muchos jóvenes nacidos después de 1995, los que han ido llegando a las universidades a partir de 2013, son frágiles, hipersusceptibles y maniqueos. No están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate. Van de cabeza al fracaso”.

A esto se une el conocido aumento general de la ansiedad y la depresión en adolescentes que empezó en torno a 2011, más frecuente en las niñas y mujeres jóvenes que en niños y los hombres jóvenes. Este incremento se manifiesta en las crecientes tasas tanto de admisión en los hospitales por autolesiones, como de suicidios.

Pero afortunadamente el libro no se limita a hacer un diagnóstico acertado y sombrío de las dificultades presentes en nuestros jóvenes. También proporciona unos valiosos consejos para que los mayores les ayudemos a superarlas con acierto.

Como los músculos o los huesos, los niños son “antifrágiles”, lo cual quiere decir que necesitan estrés y desafíos para aprender, adaptarse y crecer. Si los protegemos de toda clase de experiencias potencialmente perturbadoras –como suspender una asignatura-, los haremos incapaces de lidiar con dichos sucesos cuando sean mayores.

Por otra parte, conviene prevenirles contra las distorsiones cognitivas más frecuentes, para que no se dejen engañar tan fácilmente por las falsedades del razonamiento emocional (no soy bueno, mi mundo es desolador y no hay esperanza en mi futuro).

Por último, convendría combatir la cultura de la acusación pública y la mentalidad de “nosotros contra ellos”, que hacen olvidar que, como decía Solzhenitsyn, “la línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de todo ser humano”. O como dice el rabino Lord Jonathan Sacks, “la vida humana no está radicalmente dividida entre personas intachablemente buenas y las irredimiblemente malas”.

Finalmente los autores reafirman con datos la negativa influencia de la temprana disponibilidad de los smartphones y las redes sociales, del declive del “juego libre no supervisado” y de las “carreras armamentísticas del curriculum” en la salud mental de nuestros jóvenes. Es significativo que dediquen el libro a sus madres, que hicieron todo lo posible para prepararles para el camino.

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