Benedicto XVI. Tiempo de responder

Benedicto XVI marcó mi juventud con su sencillez y sus enseñanzas, especialmente a través de "Deus caritas est", donde mostró un rostro más cercano de Dios.

31 de diciembre de 2024·Tiempo de lectura: 2 minutos
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@OSV News photo/L'Osservatore Romano

Mi primera Jornada Mundial de la Juventud fue la de París. La frialdad que la capital francesa parecía mostrar ante el multitudinario encuentro de un pontífice católico con miles de jóvenes suponía un contraste casi paradójico con el calor que el sol otorgaba a los cientos de miles de peregrinos con el corazón cálido. Allí conocí a un Juan Pablo II entregado, como lo vería después en Roma y en Madrid… Mi última JMJ fue la de Madrid, para la que estuve trabajando como voluntaria desde un año antes.

Si Juan Pablo II fue el Papa de mi primera juventud, Benedicto XVI lo fue de mi juventud madurada. El Papa alemán sin saberlo, supo recoger mi desconcierto vital y transformarlo en un camino hacia Dios, especialmente a través de «Deus Caritas est«, encíclica «circular» que me enseñó que el amor de Dios procede y a Dios se encamina, que me hizo ver, como nadie antes, a Cristo con corazón de hombre.

Madrid 2011 fue también la última Jornada Mundial de la Juventud del Papa Ratzinger. Aquella jornada en la que la tormenta sucedió a un calor sofocante parecía resumir la vida de cada cristiano. «Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás», repitió el Papá entonces.

Allí, en aquel aeródromo de Cuatro Vientos, arrodillada, mientras el agua nos caía través de los sombreros del kit, mientras el silencio orante era más estruendoso que los rayos, allí caí en la cuenta que ese Dios que miraba desde la custodia toledana «era»; que estaba allí, junto al anciano que, absorto lo contemplaba, como si se hallara solo, en una capilla apartada.

Cuando hace dos años, desayunábamos con la noticia de la marcha al cielo de Benedicto XVI, el recuerdo que se repetía en mi mente era el de aquella adoración sobre el barro, de tantas vidas, como la mía, que sin grandes aspavientos, encontraron su sentido en esos días. Por eso, el 31 de diciembre, desde hace dos años, tiene para mi una connotación adicional al final del año y es la de principio de etapa, la de hacer realidad aquella certeza de un Dios vivo al que vi en un aeródromo junto al Papa del Amor.

El autorMaria José Atienza

Directora de Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

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