He tenido el privilegio de estar muchas veces con Benedicto XVI durante su pontificado: en España, en Roma y en Castel Gandolfo; pero hay una de ellas que recuerdo con toda viveza -pienso que nunca lo olvidaré- y quiero compartir con Vds. en estos momentos en los que el catolicismo y el mundo entero despide al papa emérito, y no siempre con la honestidad que su egregia figura merece. Y lo hago como reconocimiento y agradecimiento a lo mucho que nos ha dado: es mi humilde homenaje al Papa Benedicto XVI.
Prolegómenos
Nos retrotraemos al sábado 20 de agosto de 2011, en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud. Ese día estaba programado un encuentro con el Papa en Cuatro Vientos y allí nos dirigimos desde por la mañana los dos millones de personas que llegamos al lugar del encuentro para acompañarle y escucharle y participar en los actos -esa tarde Niña Pastori interpretó ante el Papa un Ave María maravillosa-.
Por la mañana, recién llegado desde Sevilla, donde participaba en un curso de verano, tomé el metro que me acercaría a la explanada donde se iba a celebrar el encuentro con el Papa; al salir de la estación de destino, me sorprendió el escenario que me encontré: riadas de peregrinos, jóvenes y no tan jóvenes, mujeres y varones, procedentes de todo el mundo -a juzgar por las banderas que enarbolaban-, caminábamos todos hacia un mismo destino: Cuatro Vientos.
El día era soleado y muy caluroso, tan caluroso era que los vecinos de las calles por las que pasábamos se animaron a aliviar nuestros sudores con agua en todo tipo de recipientes, e incluso nos duchaban con mangueras desde ventanas y balcones. Todas estas desinteresadas atenciones las recibíamos con enorme agradecimiento. Ni una nube se contemplaba en el horizonte.
Los numerosos y diversos grupos de peregrinos llegábamos a la explanada y, previo paso por los controles donde cada quien debía acreditar que disponía de invitación para el evento, íbamos ocupando nuestras respectivas parcelas o sillas reservadas. Muchos grupos levantaban tiendas de campaña o sombrillas para protegerse del sol durante lo que quedaba de día. También había repartidas por toda la explanada tiendas de campaña en las que se guardaban con todo respeto las sagradas formas que se darían al día siguiente en la comunión de la Eucaristía que presidiría Benedicto XVI y que cerraría los actos de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.
A media tarde apareció una pequeña nube por el sur, que no infundió temor alguno en la gente, ya que ninguna previsión metereológica pronosticaba la más mínima incidencia para esa tarde ni para el día siguiente; pero la nube fue creciendo, al principio lentamente y luego cada vez más rápido, hasta que todo el cielo que teníamos a nuestra vista quedó completamente oscuro y sobremanera amenazante. De pronto se levantó un vendaval, seguidamente comenzó a llover y finalmente se desencadenó una furiosa tormenta que bien podríamos calificar de “tormenta perfecta”: el viento amenazaba con elevar por los aires toda la estructura montada para el estrado y el altar, de hecho hubo alguna puerta y otros elementos que salieron volando. El terreno quedó completamente embarrado y encharcado, toda la gente tenía la ropa empapada de agua y a muchos se les veía rezando, de rodillas, sobre el barro.
Exposición y adoración al Santísimo Sacramento
Debido a estos acontecimientos, completamente inesperados, los comentarios que se oían por todas partes iban en la línea de que se suspendería la exposición y adoración al Santísimo Sacramento prevista como último acto de la tarde-noche; pero, de repente, vimos que en el estrado aparecía la cruz de la custodia de Arfe, la cual se elevaba, en medio de un silencio sobrecogedor -todavía éramos más de un millón de personas- hasta quedar toda ella, majestuosa y deslumbrante, a la vista de todos en el estrado, junto al altar. Era la custodia de Arfe, traída desde Toledo para la ocasión, una de las obras de orfebrería más bellas jamás creada.
Lo que se vivió después no me siento capaz de describirlo. Sólo apuntaré los hechos y que cada quien deje volar su imaginación: durante un buen rato, todos arrodillados sobre el barro del terreno, en absoluto silencio, rezamos y adoramos al Santísimo expuesto en la custodia, cada uno interiormente.
Al terminar el acto, el Papa nos dirigió unas cariñosas palabras, agradeciendo nuestra presencia y animándonos a descansar antes de volver a vernos al día siguiente para la Santa Misa. Recuerdo textualmente una frase que nos dijo: “hemos vivido una aventura juntos.” Y era verdad: una aventura emocionante.
Una explicación de los hechos
Yo oí contar, de viva voz en primera persona, al sacerdote D. Javier Cremades, que formó parte del equipo de organizadores del acto de Cuatro Vientos y que estuvo presente la tarde-noche de autos, que los más inmediatos colaboradores del Papa le insistían en suspender la exposición y adoración con el Santísimo Sacramento, porque temían que pudiera ocurrir alguna desgracia, a causa del deterioro que había ocasionado el vendaval en la estructura el estrado donde iba a rezar el Papa, junto con los muchos acompañantes -sobre todo eclesiásticos-. Pero Benedicto XVI, según d. Javier, se mantuvo firme y dio la orden de que se izara la Custodia de Arfe y se celebrara, según los previsto, la exposición y adoración al Santísimo Sacramento.
También recuerdo que d. Javier, a título personal, nos dijo que él estaba convencido de que el vendaval y la tormenta de esa tarde-noche en Madrid fue obra del diablo, en un intento de sabotear el acto. Esta interpretación no es en absoluto descartable, recuérdese, como ya he dicho más arriba, que ninguna previsión meteorológica pronosticaba lluvia para ese día en Madrid.
Mi humilde opinión sobre estos hechos es que Benedicto XVI tuvo, de la manera que sea, la certeza de que efectivamente el demonio había tratado de sabotear la exposición y adoración al Santísimo Sacramento, y también que nadie iba a sufrir ningún daño, ya que el demonio sólo tiene poder para atemorizarnos a los hombres, pero no puede causarnos daño.
Físico. Profesor de Matemáticas, Física y Religión en Bachillerato