Belleza, liturgia y hermandades

La hermandad debe contribuir a volver el mundo a Dios, esa es la tarea que se impone a los cofrades que buscan asentar la hermandad en los pilares de la teología y la antropología cristiana.

20 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos

La vía de la belleza, via pulchritudini, es un recorrido privilegiado y fascinante que se abre a las hermandades para acercarse al Misterio de Dios, una belleza que se hace arte, como en el altar de culto y el acompañamiento musical. La obra resultante está cargada de un significado que trasciende lo inmediato y cotidiano.

Las hermandades tienen por tanto una importante tarea en la búsqueda y proclamación de la belleza. El nihilismo, racionalismo y el relativismo parecen haber embotado nuestra capacidad de reconocer la Verdad y con ella la Belleza, que se busca desligada de la Verdad; sin embargo, existe gran nostalgia de belleza en nuestro mundo. Las hermandades, que necesitan la belleza para reconocerse como tales, tienen la misión de recuperarla. San Juan Pablo II en su “Carta a los Artistas” explicaba que la bellezaes, “clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo, y suscita nostalgia de Dios”, y añadía en su llamada a los artistas, perfectamente trasladable a los responsables de las hermandades: “que vuestro arte contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno”. (n.16).

Ese es el sentido de la belleza que pone manifiesto en sus cultos, procesiones y en todos los actos litúrgicos. Los hermanos necesitan que la Belleza de la Verdad y de la Caridad toque lo más íntimo de sus corazones y los haga más humanos. La hermandad debe contribuir a volver el mundo a Dios, esa es la tarea que se impone a los cofrades que buscan asentar la hermandad en los pilares de la teología y la antropología cristiana.

Volvemos a nuestra Función Principal, en la que dejamos a la orquesta, coro y solistas entonando el Kyrie de la Misa de la Coronación. Ahora se entiende que la Belleza del culto, de la liturgia, es el resplandor de la Verdad, sin Verdad no hay Belleza. La manifestación de la Belleza, del pulchrum, rehabilita en nosotros la Verdad experimentando una catarsis personal, más o menos profunda en función del trato con Dios, de nuestra cercanía al Bien y la Verdad.

Es importante el montaje de altares grandiosos y la preparación minuciosa, al detalle, de la celebración litúrgica, siempre teniendo claro que la celebración litúrgica no se agota en su dimensión externa, sino que es un hecho teológico que exige la presencia y la acción de la Trinidad, en el que la participación de los fieles no se limita a la asistencia y participación, sino que se prolonga en la existencia cotidiana.

Si no se tiene muy presente la doctrina de la Iglesia sobre la liturgia, fácilmente se puede caer, aún con la mejor intención, en el simple montaje de una coreografía espectacular, y por supuesto respetuosa, a la que los hermanos asisten como espectadores y que se agota con la finalización de la misma; pero es bastante más, todos los ritos que rodean la celebración de la Santa Misa, el día de la Función Principal -y siempre- tienen, como dice el Magisterio, una doble dimensión: por una parte la presencia real de la Trinidad en la celebración del sacramento de la Eucaristía; por otra la participación de los fieles, a través de la Iglesia, de ese culto especial y enteramente perfecto que Cristo dio al Padre en su vida terrena. Eso es lo que da sentido al altar de cultos, lo que justifica las dalmáticas y los ciriales, la oportunidad de las lecturas, los movimientos medidos, el incienso, la candelería encendida, la música, incluso el esmero de los hermanos en ir correctamente vestidos. Todo contribuye al esplendor y belleza del acto. También el rigor en el cumplimiento de las normas litúrgicas. La belleza formal de la Liturgia apunta a la belleza, verdad y bondad que sólo en Dios tienen su perfección y su fuente últimas. En ella los fieles son incorporados a Cristo, como miembros de su Cuerpo, participando a través del Hijo en la intimidad del Padre, por la acción del Espíritu Santo, trasladando el misterio trinitario a la realidad humana.

El autorIgnacio Valduérteles

Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.

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