Dentro de pocos días comenzará la primera fase (la fase diocesana) de la XVI Asamblea del Sínodo de los Obispos, que culminará en Roma en octubre de 2023. El documento Fieles al envío misionero, que contiene las orientaciones pastorales y líneas de acción de la Conferencia Episcopal Española (CEE) hasta 2025 y fue presentado hace poco, constituye como un marco de comprensión para ese proceso, al igual que otros trabajos actuales de la CEE y de sus organismos.
Leer este documento resulta interesante para todos, en primer término por el interesante análisis que contiene en su primer apartado acerca de la situación social desde el punto de vista de su actitud ante la religión, pero que no es el simple fruto de un estudio sociológico. Asimismo, tampoco las orientaciones y acciones que sugiere para la propia CEE y las diócesis pueden recibirse únicamente como un conjunto de directrices organizativas. El intento es examinar cuál es el modo más eficaz de cumplir el mandato divino de anunciar el Evangelio a todos, en el contexto actual de la sociedad española: un esfuerzo de fidelidad a la voluntad divina, para el que se invoca la ayuda del Espíritu Santo y la luz y la fuerza de la oración.
También hay que agradecer que el documento muestre precisamente cómo se engarzan los trabajos de la Conferencia Episcopal Española con las líneas generales planteadas por el Papa Francisco, tanto en el conjunto del pontificado como en el desarrollo del proceso sinodal. Se trata de acoger la invitación a una salida misionera, y de comprender que ésta debe arrancar de una conversión pastoral; en sentido pleno, estos son términos que hablan a y de las personas, y desde ellas se refieren a las estructuras.
A partir de la asunción personal de esa responsabilidad, la comprensión de la situación real pasa, efectivamente, por la constatación de que la sociedad ha experimentado un cambio enorme, con el efecto de que la evangelización ha de comenzar desde el principio, con el anuncio de la existencia de Dios, creador y amoroso, que expresa su bondad sobre todo por medio de su Encarnación en Jesucristo, redentor; en la comprensión de la responsabilidad de la Iglesia como una mediación que debe facilitar el encuentro con Cristo vivo; en el refuerzo de los vínculos de fraternidad, familia y comunidad, que el hombre y la vida cristiana necesitan, y sin los cuales también la sociedad se empobrece; y, en definitiva, en el empeño por hacer de toda la actividad de la Iglesia una expresión del amor divino, “un amor recibido, compartido y ofrecido, que busca el bien de la Iglesia y el bien de toda persona que encontremos en nuestro camino, y que hemos de transmitir con particular empeño”.