En su Introducción al cristianismo (1968), Ratzinger recoge la parábola de Kierkegaard en su Diapsalmata (1843): un payaso corre a avisar al pueblo de un incendio en el circo. Cuanto más grita, más se ríen de él, y así el fuego se come el circo y el pueblo.
Es el sino del intelectual cristiano, piensa Kierkegaard, que anuncia lo que la gente ya no quiere oír. Entonces, porque se había hecho un cristianismo a la medida. Ahora, porque se ha desprendido y huye de él.
Es un hecho que a la gente el cristianismo le parece cosa sabida; que las palabras solas no mueven; y que, como acusaba Nietzsche, los cristianos no tenemos mucha pinta de haber sido salvados. Orwell dijo que “la libertad consiste en decir a la gente lo que no quiere oír”. Ortega, recordando a Amós, dijo que la misión del intelectual es “oponerse y seducir”. Pero con la belleza de la caridad, continuo milagro y prueba de Dios en este mundo, que pone el Espíritu santo en los corazones. Lo sabía Newman por experiencia: Cor ad cor loquitur. Tantos testigos.
Profesor Ordinario de Teología y Director del Departamento de Teología Sistemática de la Universidad de Navarra. Autor de numerosos libros de teología y vida espiritual.