Entre los más viles personajes que aparecen en las lecturas de la Pasión de Cristo que se proclaman ahora, en Semana Santa, hay unos que tienen mucha actualidad. Han proliferado en las redes sociales y extienden su pernicioso influjo a toda la sociedad.
Se trata de los personajes anónimos. Pero no me refiero a esos de quienes no aparece el nombre quizá por desconocimiento del evangelista como la criada portera del palacio del sumo sacerdote, el guardia que lo abofeteó en el interrogatorio de este o los malhechores que crucificaron a su lado (aunque luego la tradición los bautizara como Dimas y Gestas); sino a los que actúan de forma anónima, amparados por la turba.
Son personas que no tienen muy claro lo que quieren, pero que aprovechan cualquier tumulto para dar rienda suelta a sus más bajos instintos: criticar, insultar, difamar y hasta linchar si hace falta al que pasa por delante. En solitario, no serían capaces de matar una mosca, pero encuentran el gusto en convertirse en masa enfervorizada pues, actuando en manada, la responsabilidad se diluye y las posibles consecuencias también.
Validar los actos de otros
Sin duda, estos personajes fueron clave en la muerte de Jesús, pues con su actitud validaban las acciones de los que hoy consideramos responsables: los sumos sacerdotes y Poncio Pilato. Ninguno de ellos se habría atrevido a ejecutar a quien el pueblo consideraba un profeta sin el apoyo cómplice de unos pocos de estos anónimos capaces de hacer mucho ruido, mucho más que la mayoría del pueblo.
En nuestra sociedad digital, las plazas y calles donde la gente llevaba a cabo tradicionalmente sus protestas y reivindicaciones, han dado paso a las redes sociales, donde todos podemos verter nuestras opiniones sobre los asuntos que nos preocupan. Pero, frente a una minoría que aparece identificada, con nombres y apellidos, que se hace responsable de los aciertos y errores que se puedan cometer a la hora de opinar, hay una masa ingente de cuentas anónimas o con identidades muy difusas.
En una manifestación pública, propia de los estados democráticos, quien lleva pasamontañas o se cubre el rostro con una careta, está muy claro que viene a liarla, y muchas veces sabemos que, quienes actúan así, no se identifican con el objeto de la reivindicación, sino que la usan solo como excusa para disfrutar con la violencia y el saqueo.
Anónimos y auténticos culpables
Entiendo a quien, en un régimen autocrático, tiene que proteger su identidad para compartir sus ideas sin ser detenido; pero en un país democrático, donde la libertad de expresión está asegurada, ¿qué sentido moralmente aceptable tiene ir por las redes esparciendo chismes o jaleando a quien lo hace, atacando a otras personas sin dar la cara, promoviendo el odio o acosando a otras personas? Solo se entiende desde la más absoluta bajeza humana, desde la maldad cobarde de esos cuyos nombres no aparecen en los relatos de la Pasión, pero que fueron auténticos culpables de la muerte del inocente.
Cuando quienes actúan así son miembros de la comunidad cristiana, atentos a criticar sin caridad ni justicia ni verdad cualquier movimiento del Papa, de tal o cual obispo o movimiento distinto a su cuerda, el pecado me parece mucho más grave. Me recuerdan a esos pequeños niños que, en la película La Pasión de Cristo acosan a Judas hasta desesperarlo y lograr que se ahorque. Al principio parecen inofensivos, incluso simpáticos; pero en cuanto se les da pie, se lanzan a bofetadas, insultos y mordiscos, revelando su verdadera identidad demoníaca.
Quizá usted que me lee haya tenido alguna vez la tentación de «disfrazarse» a través de un perfil anónimo en redes para poder explayarse y decir lo que su identidad le impide decir públicamente, pues le acarrearía problemas disciplinarios o le haría quedar mal ante sus amigos o familia. Piense bien de dónde puede venir esa idea de ocultar la personalidad que Dios le dio a su imagen y semejanza para tomar una apariencia distinta a la suya y agresiva contra el otro, por muy reprobable que sea lo que haya hecho esa persona. Y recuerde la escena de la película de Mel Gibson. ¿No ve que, aunque los personajes sean anónimos, el promotor de su acción tiene nombre por todos conocido? Pues eso, cuidado con caer en las redes que extiende en las redes.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.