Ana y la turismofobia

¿Qué nos ha pasado para que hasta algo tan agradable para unos e interesante económicamente para otros como es el turismo se haya convertido en fuente de conflictos?

4 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
Turismo

(Unsplash / Jo San Diego)

La turismofobia es una tendencia que conozco bien pues tengo la suerte de vivir en uno de los destinos turísticos de moda a nivel mundial: Málaga. Mi ciudad no deja de salir en los rankings de lugares más deseados para visitar. Su agradable clima, su amplia oferta cultural y museística, la belleza de sus calles, playas y parajes naturales, la amabilidad de sus gentes (perdonen la inmodestia), y su gastronomía única la han convertido en un lugar envidiable al que todos quieren venir a vivir o al menos a pasar unos días.

Los beneficios de esta tendencia para los malagueños son indudables pues los ingresos que aporta el turismo redundan en provecho de todos, pero también son muchos los inconvenientes que nos toca sufrir: los jóvenes tienen que buscar casa fuera de la ciudad al no poder acceder al mercado inmobiliario, subida de precios en productos básicos, masificación de calles y espacios ciudadanos, desaparición del comercio tradicional…

Masificación turística y turismofobia

La masificación turística tiene el paradójico poder de transformar espacios únicos, y por eso admirados, en comunes y odiosos. Y es que una Málaga sin moscatel, espetos y pescaíto, porque lo que les gusta a los turistas son las hamburguesas y la cerveza de importación, no sería la ciudad que inspiró a Picasso; y es que una Málaga con las playas, los museos y los bares abarrotados hasta el punto de no encontrar sitio, no sería la Ciudad del Paraíso que cantó el Nobel Vicente Aleixandre; y es que una Málaga sin malagueños, no sería la ciudad que Antonio Banderas lleva por ídem. Lo mismo podrán decir otras ciudades como Venecia, Roma, Atenas o Cancún. Encontrar el equilibrio es difícil y ahí son las instituciones las que tienen que ponerse manos a la obra para no matar de éxito a la gallina de los huevos de oro.

Sin embargo, hoy quisiera reflexionar sobre otra perspectiva no menos importante para buscar soluciones al problema de la turismofobia, y es el de la forma en la que nos comportamos cuando hacemos turismo. Recuerdo con mucho cariño a Ana, una santa mujer de mi parroquia que, durante las peregrinaciones, no consentía que el personal de servicio le hiciera la habitación de los hoteles donde permanecíamos varias noches. Decía que la cama era lo primero que hacía cada mañana desde pequeña y que, por estar fuera de casa, no iba a dejar de hacerlo. “Así, además”, me decía con los ojillos brillantes de quien prepara una sorpresa, “le doy una alegría a la muchacha cuando entre a mi habitación”.

Su actitud me ayudó mucho a entender que el turista debe ser consciente de que los lugares por los que pasa no son su casa. Pero no, como hacen muchos, para desinhibirse y comportarse como no lo harían en la suya; sino para extremar el respeto y el cuidado, como cuando uno es el invitado en un hogar extraño. Porque uno se va al día siguiente y si te he visto no me acuerdo, pero las personas que trabajan allí y las que viven en esa ciudad, merecen mi consideración y agradecimiento por su hospitalidad.

La esencia del turismo

Sin llegar al extremo de Ana, cuya actitud podría dejar sin trabajo a muchísima gente si se extendiera, sí que tendríamos que revisar qué significa para nosotros hacer turismo. ¿Es una experiencia superficial que consiste solo en ver cosas nuevas y dar gusto a los sentidos sin importarnos quién está a nuestro alrededor o, por el contrario, buscamos admirar la belleza, enriquecer nuestro espíritu y encontrarnos con personas de otros lugares?

En este sentido, el reciente mensaje de la Santa Sede con motivo de la Jornada Mundial del Turismo abogaba por poner en el centro de la actividad turística la cultura del encuentro, tan fuertemente defendida por el Papa Francisco “el encuentro”, dice el texto, “es un instrumento de diálogo y de conocimiento mutuo; es fuente de respeto y de reconocimiento de la dignidad del otro; es una premisa indispensable para construir vínculos duraderos”.

¿Turistas o peregrinos?

Debemos buscar el encuentro con el otro porque somos peregrinos en un mundo en el que los países están cada vez más cerca, pero las personas cada vez más lejos. Por eso, el Papa Francisco invitaba recientemente a los jóvenes a no ser meros turistas, sino peregrinos. “Que vuestro caminar”, les dijo, “no sea simplemente un pasar por los lugares de la vida de forma superficial: sin captar la belleza de lo que van encontrando, sin descubrir el sentido de los caminos recorridos, capturando breves momentos, experiencias fugaces para conservarlas en un selfie. El turista hace esto. El peregrino, en cambio, se sumerge de lleno en los lugares que encuentra, los hace hablar, los convierte en parte de su búsqueda de la felicidad”.

Ahí está la clave, en no perder de vista, en casa y fuera de ella, que somos peregrinos y estamos de paso. Así que «¡Buen camino!».

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica