El amor no es amado

En su firma para Omnes, Lupita Venegas cuenta que ser imitador de Cristo es hacer las cosas como Él las haría: amar al Amor.

5 de abril de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
Acuerdo

Dos personas se dan la mano (Unsplash / Chris Liverani)

En una de sus audiencias, el Papa Francisco lamentaba nuestra incoherencia: “la humanidad que se enorgullece de sus avances en la ciencia, va para atrás cuando se trata de tejer la paz. Es campeona para hacer la guerra” dijo.

Nos enteramos de la guerra en Ucrania, en Gaza, Sudán… hay guerra en diferentes puntos de la tierra. En nuestros países y ciudades: narco tráfico, desaparecidos, trata de personas. A nivel familiar infidelidades, escándalos, divorcios. A nivel personal angustia, ansiedad, estrés y depresión.

Hace poco una mujer me decía que defendería su herencia “caiga quien caiga”. Sus padres no habían repartido las propiedades como ella lo hubiera hecho y ante lo que consideraba una injusticia, decidió actuar incluso cometiendo injusticias, si fuese necesario. ¿Dónde comienza la paz?, ¿Dónde comienza la guerra?

Responsables de la paz

Un acontecimiento en la vida de san Francisco de Asís, puede darnos la clave para lograr el mundo que todos quisiéramos; un mundo sin guerras, sin injusticias, sin miedo. Uno solidario, responsable, en paz.

San Buenaventura narra que San Francisco acudió al palacio del sultán Malik al Kamil en Egipto, para entrevistarse con él. Era el año 1219, tiempo de la quinta cruzada y el pueblo musulmán peleaba con los cristianos por los lugares santos.

El sultán lo recibió cortésmente y le preguntó: “¿Por qué los cristianos quieren la paz y hacen la guerra?, -”Porque el amor no es amado”- respondió el pobrecillo de Asís.

San Francisco fue hasta el Sultán como testigo de paz, buscando el diálogo y renunciando a la violencia. Con absoluta confianza en Dios. Logró por cierto, una paz temporal y la iniciativa del propio sultán para vivir una tregua que fue rechazada por los cristianos.

Amar a Dios, fuente de amor, es hacer Su voluntad. Conocemos lo que Dios quiere a través de las Sagradas Escrituras. En ellas encontramos los 10 mandamientos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia y el mandamiento del amor. Este deseo de Dios no debo interpretarlo como un llamado que es para los demás sino para mí. ¡Para mí! Si amo a Dios, de inmediato quiero amar a mis hermanos. Amar al Amor es amar a mi prójimo y a mí misma.

Dar la paz

No podemos seguir adelante esperando que los demás nos den esa paz que anhela el corazón. No es el otro: tu cónyuge, tus hijos, tus compañeros de trabajo, las autoridades, los sistemas políticos…si quieres paz, primero debes darla. ¿Cómo hacerlo?

  • En lo personal. Valórate y trátate a ti mismo como si fueras tu mejor amigo. Cultiva buenos hábitos.
  • En casa. Recuerda que la guerra no está en la ofensa recibida sino en la ofensa contestada. Si alguien hace o dice algo que te incomoda, no respondas con violencia sino con paz. Sé asertivo, pide lo que necesitas sin ofender.
  • En el trabajo (o escuela). Se tú el cambio que quieres ver, como decía Mahatma Ghandi. Somos responsables de los ambientes en que nos desenvolvemos. En tu trabajo o escuela no hagas chismes, no ataques a otros en pláticas con los demás o en redes sociales. Sé conciliador con tus comentarios y procura hacer equipo. Que tu labor esté bien hecha, da siempre un poco más de lo que se te pide.
  • En tu comunidad civil. Respeta las leyes y favorece los encuentros con los más necesitados. Involúcrate en un servicio social organizado u organiza alguno.
  • En tu comunidad religiosa. Participa en las actividades de oración, formación y apostolado a las que se te invita. Hazlo con responsabilidad y cumple en aquello a lo que te comprometes. 
  • En tu país. Sé un ciudadano responsable, vota por las autoridades en las que confías, las que velan por el bien común genuino.

Que quiera ser yo imitador de Cristo. Que haga las cosas como Cristo las haría. ¡Amar al Amor! Nos recuerda san Pablo: en efecto, la paz se identifica con Jesucristo mismo que es nuestra paz (Ef 2, 14-15).

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