De repente y con urgencia, el teletrabajo y las clases online tienen que normalizarse. Casi el planeta entero para y pasamos todos a confinamiento obligado. Los que tanto han criticado la digitalización tienen, incluso, que acabar asistiendo a misa por streaming. ¿Qué sentido podemos dar a todo esto? ¿Qué nos está diciendo el Señor en estas situaciones?
El Papa Juan Pablo II, que conoció muy de cerca el sufrimiento físico y moral, decía: “En el programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo” (Salvifici Doloris, 30). Quizás el coronavirus venga a recordarnos que solo el amor da sentido a nuestras vidas. El amor de Dios que nos acompaña, el amor fraterno que se renueva.
Tomamos conciencia de que por amor decidimos y actuamos. Nos quedamos en casa para no contagiar ni contagiarnos. Continuamos conectados de otra manera porque vemos la importancia de cuidar los vínculos. Nos ofrecemos a cuidar a los más vulnerables; continuamos rezando desde casa; nos damos cuenta de que, aquello que hasta hace unos días considerábamos normal, tiene mucho más valor del que le dábamos: la Eucaristía, un beso o un abrazo, quedar con los amigos o compañeros, poder pasear, hacer deporte al aire libre, las risas con los compañeros de trabajo, etc. El amor pasa a ser el centro y el motor.
Y seguro que volveremos el día del reencuentro más serenos, más maduros, con más alegría. Porque la experiencia de vivir en familia enriquece el alma, poder vivir con calma el tiempo nos permite reflexionar, descubrir que solo unidos podemos vencer al virus nos ayuda a renunciar al individualismo, relacionarnos en la distancia nos enseña qué es lo importante de la relación y darnos cuenta de la corresponsabilidad de vivir en sociedad nos hace solidarios.