La región se ve atravesada por una polarización sociopolítica preocupante. No me refiero al hecho de que las elecciones de los últimos años se diriman por porcentajes ajustadísimos, sino a que la rivalidad de “modelos” incluye una descalificación cruzada: cada parte piensa que la otra le hace daño al país, y los pactos de gobernabilidad ‒tan amigables en la teoría–, se diluyen en confrontaciones permanentes.
Mientras tanto, la Iglesia queda atrapada en un marco político que presiona sobre su propuesta pastoral y social: generalmente, asume las buenas intenciones de ambos, les recuerda a los gobiernos populares la importancia de respetar las instituciones; y a los neoliberales o de centro-derecha, la prioridad de cuidar a los pobres en cada medida económica.
En este contexto, el Papa Francisco pidió el domingo de Pascua “soluciones pacíficas” para superar tensiones “políticas y sociales” en América Latina. La situación de cada país es diferente, en general, mucho más de lo que se percibe desde Europa. Sin embargo, las divisiones son reales en Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia, Brasil, Paraguay…; más sosegadas en Perú por el éxito económico, y en Uruguay, por el estilo social más sereno; y más extremas en Venezuela.
Siguiendo con esta línea, preocupados por la crispación, los obispos argentinos salieron al unísono durante la Semana Santa a convocar a la unidad fraterna. Mons. Arancedo, presidente de la conferencia episcopal, advirtió que “un país dividido no da soluciones a los problemas de la gente”, y señaló: «es necesario y urgente recrear una cultura que tenga su fuente en el diálogo y el respeto, en la honestidad y la ejemplaridad, en el marco institucional de los poderes del Estado».
Por su parte, Mons. Lozano (comisión de Pastoral Social) consideró que es necesario “construir una patria de hermanos”; Mons. Stanovnik, de Corrientes, pidió cuidarse de la tentación de la división y el enfrentamiento; y, finalmente, el cardenal Poli, de Buenos Aires, sostuvo que “si no hay reconciliación, no hay patria, no hay futuro”.
Ante la división sociopolítica, la Iglesia aboga por tender puentes, por la cultura del encuentro y del diálogo, y promueve una lógica que supere el enfrentamiento y ponga a la sociedad en la perspectiva del bien común. De los cristianos depende que la prédica se haga realidad, y que ‒como dice el Papa en la Evangelii Gaudium–, la unidad prevalezca sobre el conflicto.
Profesor de Sociología de la Comunicación. Universidad Austral (Buenos Aires)